EN DESCARGO DEL EX PRESIDENTE RAJOY
Muchos somos los que
hemos criticado, a veces con excesiva dureza, al recientemente defenestrado
presidente Rajoy. Le hemos tildado, sin ninguna conmiseración, de estafermo,
ignavo, aranero, embaidor, tartufo, dizque corrupto y así hasta un largo
etcétera de descalificativos con los que, con mayor o menor justicia, se ha
pretendido reflejar el desencanto que su
gestión al timón del gobierno de España había causado en una gran parte de la
ciudadanía, e incluso entre muchos de los que en su día habían contribuido a
que alcanzase el poder. El duro castigo al ser desahuciado de forma fulminante
de La Moncloa, no ha sido más que la capitalización de sus muchos errores por
parte de un avispado Sánchez que, a pesar de su exigua representación
parlamentaria, encontró en la debilidad del Gobierno del PP la oportunidad para
alcanzar el sueño que cada vez se le iba poniendo más difícil. Ahora esperemos
que no se haya cambiado el rabo por las orejas y que, durante el tiempo que
queda de Legislatura, se calme la agitada situación política que veníamos
viviendo en los últimos tiempos y que se llegue a las próximas elecciones en un
clima de normalidad.
Dicho lo anterior, en
descargo de Rajoy y haciendo justicia a los hechos, hay que reconocer que el
abandono total de la política, renunciando a todas las prebendas que como ex
presidente le hubieran correspondido, amén del aprovechamiento que pudiera
obtener del ingente bagaje de información reservada, conocimientos, experiencia, contactos y popularidad adquirida durante sus largos
años en relevantes cargos políticos, de la misma manera que lo han hecho sus antecesores, reincorporándose,
muchos años después, a su plaza como registrador de la propiedad en Santa Pola,
como ciudadano de a pie, coloca la cuestión de la retirada de los cargos públicos en el centro del debate y, sin
duda, da una lección de comportamiento cívico, dejando cojos de argumentos a
todos sus anteriores detractores. Por esa sola razón, y desde un criterio de estricta
justicia, hay que admitir que algo bueno tenía guardado el hombre al que tanto
hemos denostado, y que, sin ditirambos ni alharacas, tenemos que alabar y
reconocer. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
C. Díaz Fdez.
Oviedo, a 24 de junio de 2018
NOTA: Este artículo fue publicado por el diario La Nueva España de Oviedo, en su página 66, con fecha 27 de junio de 2018
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