ESTULTICIA EN ESTADO
PURO
Reinaba Felipe V en
España, el primer rey de la dinastía Borbón que, como todo lo moderno en
aquella época, procedía de París, cuando, en el año 1713, bajo el lema de
“limpia, fija y da esplendor” inició su periplo la Real Academia Española, a la
que posteriormente se bautizó con el apodo “de la Lengua”. Nació con la
finalidad de sacudir el polvo al idioma y construir un diccionario completo del
español que regulara de forma permanente y siguiera todos los movimientos de
nuestro léxico. Qué lejos estaban en aquel tiempo los 12 primeros académicos
que iniciaron la andadura de esa noble Institución que, 3 siglos más tarde,
algunos sinecuras y peripatéticos personajes amancillaran el lenguaje que con
tanto esmero fue tratado hasta entonces, desfigurando sustantivos en base a
extraños sofismas con el avieso objetivo de dar un aparente mayor protagonismo
al género femenino, llegando a extremos que sobrepasan el ridículo. Desde
aquellos tiempos en los que la ya casi olvidada Bibiana Aído, a la sazón
Ministra de Igualdad del gobierno de Zapatero, con su característico idiolecto,
acuñara aquello de “miembros y miembras” en una comisión en el Congreso, hasta
nuestros días, son muchas las patadas que se han dado al diccionario con el
argumento de que para que haya igualdad real entre géneros es necesario
referirse a todo en masculino y femenino, como si no existiese el determinante
del artículo para diferenciar el sexo, cometiendo flagrante ludibrio contra las más
elementales normas gramaticales de nuestro idioma.
Como todo lo malo tiene
la facultad de empeorar, el cenit en cuanto a procacidad lingüística, conocida hasta
el momento, ha venido de la mano del nuevo Ejecutivo de Sánchez, en el que
algunos acuñaron el extraño y malsonante nombre de “portavoza” para referirse a
la nueva Ministra de educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, que,
además de esta función, asumirá la portavocía del Gobierno, lo que equivale a
intentar validar que la voz, cuando proviene de una fémina, se convierte en
“voza”, cuestión que no es ninguna zarandaja. El problema, además de estas
lamentables situaciones puntuales, está en que si no se paran a tiempo tamaños
desatinos, en algún momento emergerá algún colectivo masculino que, sintiéndose
injustamente discriminado, exigirá igualmente no perder protagonismo en algunas
denominaciones de cuño aparentemente femenino y, por tal motivo, reivindicará
el derecho a desdoblar sustantivos tales como periodista, taxista, maquinista o
dentista, utilizando alternativamente los de “periodisto”, “taxisto”, “maquinisto”
o “dentisto”, y así hasta un largo e interminable etcétera. En resumen, el
paroxismo en términos de estulticia idiomática castellana que, con tanto orate suelto, puede conducirnos
a que terminemos por malentendernos entre los propios hispano hablantes, y que,
tristemente, acabemos como la bíblica torre de Babel que se
menciona en el Génesis.
Oviedo, a 12 de junio de 2018
C. Díaz Fernández
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