Autor: Constantino Díaz
Fernández
El
diccionario de la RAE establece, en su primera acepción, que progresista es
toda persona o colectivo con ideas avanzadas. Este adjetivo está
etimológicamente asociado a progreso, o sea, a avance, adelanto, mejora o perfeccionamiento. Por tales razones, la
definición de progresista debería aplicarse a todo aquel que instrumenta, propone,
recomienda o apoya procedimientos, medidas, etc., por considerarlo bueno y adecuado para conseguir un determinado fin, creando
nuevas condiciones o mejorando, obviamente, lo existente. Este término, monopolizado
y profusamente utilizado por determinadas formaciones políticas, con la
clara intención de confundir a las masas,
enviando un mensaje subliminal para dar a entender que fuera de las mismas solo
existe atraso, inmovilismo y caverna, sufre, en ese estadio, un proceso de mutación,
pasando a significar precisamente lo
contrario. Algunos ejemplos, entre los muchos que podrían aplicarse, pueden
ilustrar suficientemente lo afirmado.
<> Si
progresismo es negar el derecho a la vida del ser más inocente, concebido y
nonato, convirtiendo el aborto en un derecho que desprecia la dignidad humana.
<> Si
progresismo es poner bombas en la línea de flotación de una institución tan
fundamental y básica como lo es la familia, pilar soporte de toda
sociedad, creando modelos que
contravienen el más elemental orden natural de las especies.
<> Si
progresismo es crear leyes partidistas que, mirando solo hacia un lado, no
pueden contribuir más que a resucitar viejos rencores que ya habían sido superados,
y a crear profundas divisiones entre los españoles.
<> Si
progresismo es practicar descaradamente el proselitismo político, con la aviesa
intención de crear una sociedad aborregada que pueda ser dirigida como si de
zombis se tratara.
<> Si
progresismo es llevar a cabo políticas erráticas que condenan al paro a
legiones de trabajadores, llevando la desazón a millones de hogares.
<> Si
progresismo es utilizar la política no como un medio para servir a la
ciudadanía, sino como un fin para servir a los intereses del partido y las
ambiciones personales.
<> Si
progresismo es utilizar los recursos públicos de forma arbitraria, sin tasa ni
medida, despilfarrando el capital de todos los españoles para mayor gloria y
placer de aquellos que deberían dar ejemplo de honradez y austeridad.
<> Si
progresismo es repartir dones, bienes y privilegios, a costa del erario
público, para crear una red de fieles adeptos que contribuyan a mantener en el
poder a los “generosos” donantes.
<> Si
progresismo es perder la propia
identidad y convertirse en un sectario hasta la médula.
Si todo lo
anteriormente indicado se puede considerar como sinónimos de progreso, reconozco que me resulta
muy difícil encontrar antónimos. Si esto es el progreso,
si a esto se llama avanzar, confieso que
prefiero quedarme donde estoy o, si se me apura, emprender la marcha en sentido
contrario.
Ya se sabe
que la clase política no se destaca precisamente por sus prejuicios, pero al
menos, por decencia, por elemental ética, por respeto a la inteligencia de los
demás, que sí existe, aunque la ignoren, sería deseable que dejen de
machacarnos con expresiones tan desafortunadas que hieren
los sentidos, y de las que, por desgracia, estamos más que ahítos de escuchar.
Nota: Artículo publicado en el diario
La Nueva España de Oviedo, con fecha 19 de mayo de 2010
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