La función y el ejercicio del mando
Se atribuye al insigne filósofo y científico de la Antigua Grecia, Aristóteles, cuyas ideas y sentido de la lógica han ejercido tanta influencia en Occidente, llegando incluso a nuestros días, la conocida frase de que “para saber mandar bien, es preciso saber obedecer”. Sin quitarle ningún mérito a esta sentencia, ni negar su certeza, lo cierto es que, en nuestro tiempo, la realidad es bastante más compleja. El ejercicio del mando, amén de la filosofía que entraña esta simple expresión, requiere una complicada combinación de atributos, tales como conocimientos, actitudes, valores y habilidades, variables en función del desempeño de situaciones específicas, que establecen la frontera entre quienes pueden ser aptos y los que no. Aunque sea una condición necesaria, no es suficiente con que a un individuo se le dote de autoridad. Si no tiene los conocimientos requeridos y unas aptitudes mínimas necesarias para ejercerla, amén de conducirle a su propio fracaso personal, defraudará las expectativas de quienes le hayan elegido y, por añadidura, perjudicará a la organización en la que preste sus servicios.
Es un error bastante frecuente en las organizaciones civiles el tratar de premiar a las personas que realizan bien su trabajo mediante la promoción a puestos de mayor responsabilidad, sin analizar pormenorizadamente si reúnen las condiciones adecuadas para ser igualmente eficaces en su nuevo cometido, hasta que, de acuerdo con el principio de Peter (Laurence J. Peter; 1968) alcanzan su nivel de incompetencia. Consecuentemente con ello, muchos puestos de responsabilidad, incluidos puestos de alta dirección, suelen ser ocupados por profesionales que ni tienen la cualificación adecuada ni reúnen las características necesarias para desarrollar bien su trabajo, lo que puede conducir a graves errores en las decisiones y a generar importantes problemas para la organización. En no pocas ocasiones, el éxito de una organización depende, en gran medida, en el acierto que se haya tenido en la elección de sus directivos y de las personas que vayan a ocupar las distintas escalas de mando en el sistema organizativo de la sociedad.
En mi experiencia personal, a lo largo de varias décadas dedicado al ejercicio profesional de la ingeniería, en diversos campos de actividad, y ocupando distintos niveles de responsabilidad, he tenido la ocasión de comprobar los escasos resultados obtenidos por individuos que, por una u otra razón, sin reunir los requisitos mínimos exigibles, han sido promovidos a niveles superiores, sin estar realmente capacitados para ello. Esta práctica, no infrecuente por cierto, conduce simultáneamente a dos errores: se pierde a un buen subordinado y se gana un mal mando. La consecuencia inmediata es un debilitamiento de la organización, que será tanto más notable cuanto mayor sea el nivel jerárquico donde este hecho se produzca.
En términos generales, en cualquier asociación de personas regulada por un conjunto de normas para conseguir unos determinados fines, mandar es dirigir a un grupo hacia unos objetivos. Para poder realizar esta función, de forma eficaz, se requieren algunos requisitos básicos, entre los que se pueden destacar los siguientes:
Conocimientos adecuados.- Es obvio que difícilmente se podrá realizar una buena gestión si se carece de los conocimientos mínimos necesarios, generales y específicos, requeridos para el desempeño de las funciones que se tengan encomendadas. La capacidad de formación, unida a la inquietud por adquirir nuevos conocimientos, será la mejor garantía para mantener la competencia.
Capacidad de liderazgo.- Sin menoscabo de su autoridad, el mando debe de comportarse como un miembro más del equipo, trasladando al mismo los valores y misión de la compañía. La organización de los recursos y la planificación del trabajo para la consecución de los objetivos del grupo darán la medida de su capacidad de liderazgo, que será decisiva para la obtención de los resultados finales.
Es tal la influencia del líder en la obtención de los resultados, que ya el famoso diplomático francés, Charles de Talleyrand, que desempeñó importantes cargos políticos durante los relevantes sucesos acaecidos en la Francia de finales del siglo XVIII y principios del XIX, escribió: ``Temo más a un ejército de 100 ovejas dirigidas por un león que a un ejército de 100 leones dirigido por una oveja''. Frase lapidaria, perfectamente aplicable a este caso, que no necesita más comentarios.
Capacidad de comunicación.- Una adecuada comunicación tiene que ser fluida y transparente, al tiempo que directa y respetuosa. Debe favorecer el diálogo y el intercambio de ideas y opiniones entre los componentes del equipo, como medio para obtener el máximo partido de todos sus colaboradores. El autoritarismo y el despotismo cortan los canales de comunicación, reduciendo de forma drástica el potencial real del grupo.
Motivador.- El mando tiene que ser un referente para el equipo. Predicar con el ejemplo. Tener empatía e infundir confianza y seguridad en sus subordinados. Crear y mantener un buen estado de ánimo, reforzando la moral del equipo y desarrollando la capacidad potencial de todos los que le rodean mediante el impulso y el reconocimiento.
Creativo.- Espíritu emprendedor. Comprometido con la innovación y el desarrollo.
Integrador.- Fomentar el espíritu de equipo, consiguiendo la máxima participación y colaboración de todos sus miembros, involucrándolos en la tarea común, armonizando y encauzando el esfuerzo colectivo.
Receptivo.- Saber escuchar. Estar siempre abierto a las ideas y sugerencias de los demás. Cualquiera, en cualquier momento, puede aportar una buena idea.
Saber delegar.- No se puede acaparar todo el protagonismo; no es apropiado ni operativo. Para realizar una auténtica labor de equipo es necesario aprovechar al máximo la capacidad de todos los componentes del grupo de trabajo, delegando funciones y competencias de forma oportuna y adecuada. Hay que tener en cuenta que la delegación de funciones no lleva implícita la delegación de responsabilidades. El líder que no delega no tiene confianza ni en sí mismo ni en sus subordinados y está, inexorablemente, condenado al fracaso.
Resolutivo.- Una de las principales funciones del mando, dentro del área de su responsabilidad, es la de tomar decisiones (siempre desde la seguridad personal, el equilibrio y la ponderación en el juicio), asumiendo las consecuencias derivadas de las mismas. Toda decisión debe dar respuesta a una necesidad, y debe ser coherente y equilibrada; manifestada de forma concreta y concisa: la solución siempre debe de ajustarse al problema en su justa medida.
Basándonos en las consideraciones anteriores, y a modo de resumen, podemos concluir en que un mando competente tiene que ser, en todo momento, reconocido y aceptado por sus subordinados. Deberá ejercer sus funciones con autoridad, pero con diligencia, moderación y respeto (hay que desterrar el autoritarismo y todo atisbo de despotismo). El mandar no consiste solo en dar órdenes, sino instrucciones. Nunca se debe mandar desde la imposición, sino desde el convencimiento. El mando que necesita constantemente reafirmar su autoridad es que ya la ha perdido. Deberá tener la capacidad de infundir confianza y seguridad entre sus superiores y subordinados. Tendrá que saber ejercer la facultad de delegar, oportuna y consecuentemente, funciones y competencias de forma equilibrada, asumiendo, al mismo tiempo, las responsabilidades implícitas derivadas (toda función, para que pueda ser ejercida de forma eficaz, debe estar dotada de las necesarias competencias). Deberá fomentar la comunicación, generar entusiasmo, e incentivar la iniciativa (mantenerse receptivo a las opiniones y sugerencias de sus colaboradores, reconociendo siempre sus aportaciones). Y, por último, con todos estos ingredientes, crear espíritu de equipo y conducirlo a la consecución de los objetivos de la organización.
Si bien es verdad que de todos los recursos de los que dispone una empresa, el activo más importante es su capital humano, no lo es menos que, dentro de todo este colectivo, la estructura de mando, como auténtico motor del desarrollo de la sociedad, merece una atención especial. La selección, formación y entrenamiento de este particular equipo, que será quien marcará las diferencias entre sus competidores, tendrá que estar siempre entre los principales objetivos de todas las sociedades que apuesten por la competitividad y busquen la excelencia empresarial.
C. Díaz Fdez.
Oviedo, 28 de febrero de 2011
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