Muchacha en una ventana (Salvador Dalí 1925)

jueves, 27 de enero de 2011

LA SOBERBIA


La soberbia como factor de distorsión en las relaciones personales


     Según relata la Biblia (Is 14.12-14), la soberbia es el pecado cometido por Lucifer al pretender igualarse a Dios. Por tal motivo, está considerado como el original y más serio de los siete pecados capitales, siendo, a su vez, la fuente de la que emanan todos los demás. Aunque por si mismo ya representa un importante lastre para el individuo que lo padece, en mayor proporción cuanto mayor sea su medida, cuando este se presenta unido al de la envidia constituyen un tándem altamente destructivo para la personalidad humana; tienden a la ira, entendida como sentimiento no ordenado de odio y enojo, provocan rechazo social y conducen al aislamiento. Ya Santo Tomás, filósofo y teólogo del siglo XIII, había hecho una reflexión en este sentido, al afirmar que el precio de la soberbia es la soledad.

     Etimológicamente, la soberbia es la altivez y apetito desordenado de ser superior, o preferido, a los demás. Estimula la arrogancia, la vanidad, la prepotencia, la egolatría y el sentimiento de querer ser lo que, en términos reales, no se es, negando y contradiciendo lo que la razón afirma y la humildad aconseja, al tiempo que limita las propias capacidades para poder obrar con la debida prudencia y tratar con respeto y consideración a cuantos nos rodean. Mueve a la idealización de sí mismo, elevándose a un plano superior  a sus semejantes, coarta el diálogo, rechaza opiniones consejos y orientaciones, y destruye los puentes de comunicación con su entorno. Es, por tanto, causa y razón de multitud de conflictos en todos los ámbitos en los que nos movemos: personal, familiar, laboral, etcétera, sin aportar, en ningún caso, ni un solo aspecto positivo.

En opinión del filósofo, político y escritor italiano del siglo XV, Nicolás Maquiavelo, la naturaleza de las personas soberbias es la de mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad. De este pensamiento se deduce que la soberbia nunca alberga sentimientos de nobleza o grandeza, sino más bien de vileza y ruindad. El antídoto contra la soberbia lo constituyen sus antónimos: La sobriedad, la humildad, la modestia y la sencillez.

     En ocasiones suele adoptarse como sinónimo de la soberbia el orgullo, aunque no siempre son comparables. Si se entiende por sus aspectos negativos, tales como la arrogancia, la vanidad y el exceso de estimación propia, sí tiene alguna equivalencia; pero, si por el contrario, se entiende por sus aspectos positivos: sentimiento de superación, satisfacción por las obras realizadas, metas alcanzadas, etcétera, surge de causas nobles y puede ser respetable, e incluso estimado y apreciado. En cualquier caso, el matiz diferencial entre ambos es que el orgullo puede ser disimulable y la soberbia no.

     El prestigioso catedrático de psiquiatría, el granadino Enrique Rojas Montes, en su “Psicología de la soberbia” dice, entre otras cosas, lo siguiente: " La soberbia consiste en concederse más méritos de los que uno tiene. Es la trampa del amor propio: estimarse muy por encima de lo que uno vale. Es falta de humildad y, por tanto, de lucidez. La soberbia es la pasión desenfrenada sobre sí mismo. Apetito desordenado de la propia persona que descansa sobre la hipertrofia de la propia excelencia. Es fuente y origen de muchos males de la conducta y es, ante todo, una actitud que consiste en adorarse a sí mismo. Sus notas más características son la prepotencia, la presunción, la jactancia, la vanagloria; situarse por encima de todos los que le rodean. La inteligencia hace un juicio deformado de sí en positivo, que arrastra a sentirse el centro de todo; un entusiasmo que es idolatría personal".

     Después de lo expuesto, solo quedaría añadir, que mucho mejorarían las cosas si todos moderáramos nuestra particular dosis de soberbia y aumentáramos nuestra cuota de humildad. Seguro que conseguiríamos una mayor estima y consideración de los demás, y pondríamos nuestro grano de arena en la ingente tarea de hacer un mundo mejor. A pesar de que pongamos todos nuestros mejores deseos y esfuerzos en conseguirlo, al igual que cualquier otra utopía, me temo que no será realizable. Desde que fue abierta la caja de Pandora y se extendieron por la faz de La Tierra todos los males que aquejan a la humanidad, la soberbia entre ellos, no hemos sido capaces de liberarnos de esta maldición. Pero, a pesar de todo, merecería la pena intentarlo.

C. Díaz Fdez.
Oviedo, 26 de enero de 2011

PD. Estoy seguro que hay una persona que, en su día, fue muy cercana y querida por mí que se podrá ver reflejada en todo cuanto contiene este breve artículo. Alguien que ha alcanzado un grado e vileza fuera de lo común, y que ha convertido su soberbia y envidia hacia quienes le dieron el ser en un inexplicable odio exacerbado y corrosivo. Para ella quiero recordarle que "el odio destruye al que odia, no al odiado". Esa, sin duda, será su terrenal penitencia, que arrastrará hasta el fin de sus días.






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