Por: Constantino Díaz Fernández
Desde los más
lejanos tiempos perduran en mis recuerdos las largas filas de personas que, por
una u otra razón, permanecían, en ordenada y protocolaria cola, esperando su
vez para acceder a un producto o servicio, desde los más elementales, como
podía ser esperar a ser atendidos para recoger el pan con su cartilla de
racionamiento en la mano, hasta los más solaces, como aguardar su turno para
adquirir una localidad que les permitiera el acceso al cine, teatro, circo
etcétera, pasando, claro está, por un sinfín de casos intermedios. Año tras
año, infancia, adolescencia, juventud y madurez, he visto como la gente ha
venido arrostrando con esta impuesta costumbre que, a fuerza de ejercicio, se
ha convertido en práctica habitual.
A mi manera de ver
y entender, la necesidad de “ponerse a la cola” para casi todo, siempre me ha
parecido más una forma de humillar que de dignificar al ser humano, acercándolo
más al ser irracional que al reconocimiento de sus valores. No es que no
admita, de forma frontal e irreflexiva, que el aguardar un turno para acceder a
algo concreto, en un momento determinado, sea necesario; lo que no es admisible
es que las personas, además de perder gran cantidad de su tiempo disponible, siempre
escaso, se coloquen en fila india, como si de borregos se tratara, para tener
acceso a aquello que precisen, que, o bien les pertenece por derecho, o bien
van a pagar religiosamente por ello. El hecho de que cuando se pregunte a
alguien por algo, se le conteste con un “póngase a la cola”, es ya de por sí
denigrante.
Siempre había
creído, y esperado, que la modernización de la gestión, en todos sus aspectos, apoyada
por el impulso de la informática y las nuevas tecnologías, podría terminar con
las viejas y anacrónicas colas, haciendo el ejercicio de esperar turno, cuando
fuese necesario, mucho más racional, ético y estético; pero, para mi
frustración, la realidad ha venido a dar al traste con mis esperanzas y, hoy
día, a pesar de estar ya bastante introducidos en el siglo XXI, aún no nos
hemos liberado de este mal; es más, parece que estamos volviendo al principio.
Puedo apoyar lo
anteriormente indicado con un simple ejemplo de un día normal, acompañando a mi
esposa en unas gestiones bastante cotidianas:
<> A primera hora,
cita con enfermería en su centro de salud (solo necesitaba una toma de tensión
arterial). La espera se prolongó en más de una hora; no parece que sea
excepcional pues la anterior visita ocurrió lo mismo. Acto seguido, a formar
cola para pedir cita para el médico: total 20 minutos. Posteriormente, a
realizar una gestión simple al banco; como no había ningún gestor disponible en
ese momento (también tienen derecho a tomar el café, tocó esperar 30 minutos.
Acto seguido a realizar la compra en un supermercado: cola para coger el pan;
cola para coger la fruta; cola para el pescado (eso sí todo con el número en la
mano), y por último cola para pasar por la caja registradora. En total, para
coger 6 artículos, que se despacharon en unos 15 minutos, el tiempo total
empleado aproximadamente 1 hora. En resumen, que para lo que solo se hubiesen
necesitado algo más 40 minutos, se requirió emplear más de 3 horas y 15
minutos. Menos mal que ha sido un día de pocas necesidades, que si hubiese sido
uno de los más ocupados no nos hubiese quedado tiempo ni para comer. Si
extrapolamos esto a todos los días del año en los que tenemos que hacer algo
más o menos parecido, los resultados que arrojaría serían sorprendentes,
llegando a la triste conclusión de que pasamos una parte muy importante de
nuestra vida de forma absurda e irracional.
No se trata de
exacerbar las cosas, pero creo que el tema merece, cuanto menos, una reflexión.
Si solo una pequeña parte del tiempo que se pierde, de forma tan absurda y
lamentable, se emplease en algo productivo, seguro que podríamos elevar nuestro
PIB en algunos enteros, y, además de evitar que la gente se vuelva cada vez más
feróstica, mejorar nuestra calidad de vida, consiguiendo un mejor estado de
ánimo y bienestar. Si se cree que ello es conveniente y necesario, ya habremos
dado el primer paso en conseguirlo.
Oviedo, a 2 de octubre de 2010
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