Desde el punto de vista de los mercados, especular es
simplemente realizar operaciones comerciales o financieras con el objetivo de
obtener un beneficio económico, basado, generalmente, en las variaciones de los
precios de los productos o de los cambios, o sea, sin aportar valor añadido. El
especulador es, por tanto, una figura más del mercado que, junto con otras,
como productores, fabricantes, intermediarios, comerciales, financieros, etcétera,
hacen que todo el complejo y complicado entramado de la economía funcione. A
pesar de la mala prensa que siempre se le da al término de especulador, en
realidad este solo es negativo cuando actúa fuera de los principios éticos y
transgrede las más elementales normas de las prácticas aceptadas en los sectores en los que opere;
en todos los demás casos, no solo su labor no es negativa, sino que es
necesaria. Por tal razón, siempre que se cumplan ciertas premisas, la
especulación podría ser considerada, simplemente, como parte de un trabajo
profesional. En este sentido, no sería descabellado afirmar, que es tan evidente
que la especulación pueda tener efectos positivos sobre la economía, como que se puede prestar a grandes abusos que
generen precisamente el efecto contrario. Lo importante es que, desde los
poderes públicos, se hagan todos los esfuerzos necesarios para evitar los
excesos; pero, como todo no puede ser regulado, será fundamental que los
individuos dedicados a estos menesteres hagan siempre un ejercicio de
valoración ética de sus conductas.
Desde el principio de los tiempos, la especulación es una
conducta que ha presidido, prácticamente, cualquier actividad humana. Hoy, en
un mundo más complejo, está presente en todos los órdenes económicos, desde los
productos financieros, que es donde con más frecuencia se la asocia, hasta las
materias primas destinadas a la alimentación, pasando por los mercados de la
energía, los metales y los negocios inmobiliarios, entre otros. En todos ellos,
la especulación tiene un papel relevante; aunque, eso sí, positivo o negativo,
en función de la forma y sentido en el que se actúe.
De igual manera que hablamos de las malas prácticas de la
especulación en los productos financieros y la alimentación, y sus
consecuencias, podríamos también hacerlo del petróleo, donde desde los pequeños
inversores hasta los brokers especializados, pasando por gestores de fondos,
agencias de trading y, cómo no, los propios países productores, que culpan a la
especulación de las fuertes subidas de los precios del producto, también están contribuyendo
a ello invirtiendo parte de sus excedentes en el mercado de futuros.
Otra víctima de la especulación, que tiene mucho que ver con
la crisis económica por la que estamos atravesando, es el sector inmobiliario,
donde la falta de escrúpulos de muchos, unido al afán de enriquecimiento
rápido, ha provocado una escalada artificial de precios que ha conducido a la
generación de una enorme burbuja, cuyo estallido se ha llevado por delante
miles y miles de puestos de trabajo, poniendo en situación económica límite a
un incontable número de familias, mientras que los máximos culpables de todo
este desaguisado, como siempre suele ocurrir, acampan a su aire manteniendo sus pingües beneficios a buen recaudo.
Algunos desaprensivos suelen tratar de justificar sus
impresentables actuaciones afirmando que “los negocios son los negocios”, sin
tener en cuenta los límites que impone la moral y la ética. La respuesta a esto
sería que los negocios solo son negocios si son éticos; en caso contrario, solo
son atracos cometidos, con mayor o menor sutileza, dentro o fuera del marco
legal, a un individuo o, por extensión, a toda la sociedad.
Hoy por hoy, la consideración generalizada es que la
especulación sin escrúpulos está en la base de la crisis económica mundial, a
la que ha contribuido, de forma muy notable, la falta de leyes y reglas que
controlen el llamado mercado libre. Todas las autoridades, de todos los países,
están creando un estado de conciencia para tratar de evitar que esto pueda
volver a repetirse. Lo que está por ver es si, después de superada la presente,
empezaremos a relajarnos, para volver nuevamente a lamentarnos cuando llegue la
siguiente. No sería nada singular, dado que la historia está repleta de hechos
semejantes.
C. Díaz Fdez.
Febrero de 2013