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lunes, 22 de abril de 2013

¿DÓNDE ESTABA DIOS?


El día 28 de mayo del año 2006, con ocasión de la visita pastoral que el Papa Benedicto XVI realizó a Polonia, en la que tuvo la oportunidad de visitar el complejo de campos de concentración de Auschwitz, construido por la Alemania Nazi al principio de la segunda guerra mundial, donde se practicó el más atroz genocidio conocido de la historia de la humanidad, con un balance de víctimas que, según cálculos aproximados, arroja la espeluznante cifra de más de seis millones de judíos, cuatro millones de prisioneros de guerra soviéticos y otros cuantos millones más por determinar, entre polacos, presos políticos, masones, homosexuales, personas con limitaciones físicas o  psíquicas y delincuentes comunes, además de unos 800.000 gitanos, el propio Pontífice se estremeció ante el recuerdo del horror que se había vivido en aquellas instalaciones. Fue tal el impacto emocional que sintió el sucesor de San Pedro, que hasta él mismo llegó a cuestionar la presencia de Dios. En el discurso que pronunció en la despedida de su viaje apostólico, cabe destacar, entre otras cosas, las palabras que dedicó a este acontecimiento (SIC): ¿Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar? ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?  Palabras que, pronunciadas directamente por la máxima autoridad de la Iglesia Católica, invitan a una profunda reflexión.



En nuestra historia más reciente, aparte del holocausto practicado en los numerosos campos de exterminio creados por los Nazis, son incontables las pérdidas de vidas humanas producidas por causas externas y violentas: desde los desastres originados por la propia naturaleza, tales como tsunamis, terremotos, huracanes, etcétera, hasta los más horrendos actos de barbarie protagonizados por personas que denigran la condición de la especie humana. En todos y cada uno de estos casos hay algo que siempre se ha echado de menos: la presencia de Dios; su mano protectora. Al igual que el Papa en Auschwitz, todos los que hemos vivido, directa o indirectamente, alguno de estos sucesos, nos hemos hecho, más o menos, las mismas preguntas: ¿Dónde estaba Dios? ¿Cómo alguien a quién consideramos infinitamente justo y bondadoso puede permitir la muerte, en condiciones tan trágicas, de tantos inocentes? ¿Qué mal han cometido para merecer semejante castigo? Son, en definitiva, las mismas preguntas que nos hacemos cuando nos golpea directamente el sufrimiento, o cuando sucede algo terriblemente malo o indeseable en nuestra vida. Son preguntas que, por no estar al alcance del entendimiento humano, evidentemente, no tienen ninguna respuesta convincente en nuestro mundo terrenal. Nuestras conclusiones solo dependerán de aquello en lo que confiemos como punto de referencia de nuestra propia existencia, que, para los creyentes incondicionales, es la Fe en Dios y la existencia de otra vida; para los demás, solo vicisitudes del destino.


Un argumento muy socorrido, que algunos utilizan para justificar la inacción de Dios, es el de que si Él interviniera constantemente para evitar las crueldad y la violencia en nuestro mundo, nos privaría de la facultad para actuar con libre albedrío y, con ella, de la libertad para conducirnos con la dignidad que nos corresponde como criaturas creadas a su imagen y semejanza. Argumento muy débil, sin duda, si tenemos en cuenta que las catástrofes naturales son totalmente ajenas a la voluntad humana, y que, muchas personas, nacen sin las condiciones mínimas necesarias para poder elegir de forma voluntaria su destino.

Particularmente, en mi caso concreto, las muchas experiencias vividas, me han ido conduciendo desde posiciones más o menos firmes en la Fe, a otras más cercanas a la filosofía agnóstica. Cuando contemplo imágenes como las del reciente atentado del maratón de Boston, en las que, entre los muertos, se encuentra un niño de tan solo 8 años de edad, que, esperando abrazar a su padre cuando cruzara la línea de meta, fue materialmente desmembrado por un artefacto explosivo colocado por dos miserables fanáticos terroristas, uno de ellos de 19 años de edad, se me derrumban muchos principios y se me hace muy difícil entender la presunta bondad de los designios de La Providencia Divina. Si verdaderamente somos el centro de la creación, ¿cómo podemos merecer tan poca atención por parte de nuestro Creador?


Desde que nacemos y nos subimos al tren de la vida, cada uno con su propio equipaje: cargado de dones, bienes y privilegios en algunos casos y vacío en muchos otros, lo que, en principio, ya nos sitúa a unos en primera clase y a otros en el vagón de cola, hasta el recorrido vital de nuestra existencia, en el que la suerte se reparte de manera caprichosa y arbitraria, no parece fácil de explicar que existe un mismo Dios para todos, y, mucho menos aún, que se interese y se preocupe por lo que acontece en este mundo. Otro asunto muy distinto será con qué, o con quién, nos podremos encontrar en nuestra última estación, cuando, terminado nuestro viaje, nos tengamos que bajar del tren. Eso ya será otra historia, aunque esta, me temo, jamás podrá ser contada.

C. Díaz Fdez.

Abril de 2013





domingo, 21 de abril de 2013

WHERE WAS GOD?




On May 28, 2006, with the occasion of the pastoral visit that Pope Benedict XVI made to Poland, where he had the opportunity to visit the concentration camp complex of Auschwitz, built by Nazi Germany at the beginning of the world War II, where was practiced the most heinous genocide known in the history of mankind, with a balance of victims who, according to rough estimates, shows the awful number of over six million Jews, four million soviet prisoners of war and another few million more, still to
  determined, between polish, political prisoners, freemasons, homosexuals, people with physical or mental limitations and common criminals, as well as some 800,000 gypsies, the Pope himself shuddered at the memory of the horror that is had been lived in those facilities. So great was the emotional impact that felt the successor of St. Peter, that even himself came to question the presence of God. In his speech at the farewell of his apostolic trip, is important to emphasize, among other things, the words devoted to this event: How many questions are imposed over us in this place? Where was God in those days? Why was he silent? How could he permit this endless slaughter, this triumph of evil? This words, spoken directly by the highest authority of the Catholic Church, are, over all, an invite to reflection for all us.


In our recent history, apart from the Holocaust that has been practiced in numerous extermination camps created by the Nazis, are countless the  loss of life that has been produced by external and violent causes: from the disasters caused by nature itself, such as tsunamis, earthquakes, hurricanes, etc., until the most horrific acts of barbarism provoked by people who denigrate the human condition. In each and every one of these cases there is something that we believe has always missed us: God's presence, his protective hand. Like the Pope at Auschwitz, all who have lived some experienced, directly or indirectly, of any of these events, is have asked himself, more or less, the same questions: Where was God? How anyone who is considered infinitely just and kind may allow the death of so many innocents, in such tragic conditions? What crime have they committed to deserve such punishment? They are, in short, the same questions we ask when suffering hits us directly, or when something terribly wrong or undesirable is happening in our lives. These are questions that, by not to be within reach of human understanding, of course, have no convincing answer in our earthly world. Our conclusions only depend on what each one have as a benchmark of your own existence, which, for believers unconditional, is faith in God and the existence of another life;  for all others, just vicissitudes of fate.


A very succored argument that some use to justify inaction in God, is that if He constantly have to intervene to prevent cruelty and violence in our world, then we would be private of the power to act with our free will and, with it, of the necessary freedom to lead our lives with the dignity that belongs to us as creatures made in his image and likeness. Very weak argument, no doubt, if we consider that natural disasters are totally alien to the human will, and that many people are born without the minimum conditions necessary to voluntarily choose their destiny.


In a particularly way, in my specific case, the many lived experiences that I had, I have been moving to from positions more or less steady in the faith, to others closer to agnostic philosophy. When I see images like those of the recent irrational attack of the Boston Marathon, in which, between the dead, there are a child of only eight years old, who, waiting embrace his father when he had crossed the finish line, was physically dismembered by an explosive device planted by two fanatics wretches terrorists, one of them 19 years old, I feel how is crumbles many principles and I find it very difficult to understand the alleged goodness of the designs of Divine Providence. If we are truly the center of creation, how can we deserve so little attention from our Creator?

Since we are born and we got on the train of life, each with their own luggage: loaded with potential capabilities, goods and privileges in some case, and vacuum in many others, what, in principal, already puts some people in first class and others in the caboose, until  the end of life journey of our existence, in which the luck is distributed in form capriciously and arbitrarily, isn't seems easy to explain that there is one God for all, and, even less so, that He will be interested and  worried by what happens in this world. Another issue very different will be with what, or with who, we can meet in our last station, when, finished our journey, we have to get off the train. That it will be another story, but this, I fear, may never will be known.

C. Díaz Fdez.

April 2013








martes, 9 de abril de 2013

EL PURGATORIO ESPAÑOL



¿Qué pecados tan graves habremos cometido los ciudadanos españoles  para tener que vivir cargando con una dura penitencia que ni entendemos, ni comprendemos, ni, mucho menos,  merecemos? ¿Cómo es posible que un pueblo que, a través de los tiempos, ha acreditado unos valores y una capacidad de sacrificio merecedores de la mejor fortuna, se encuentre inmerso en una especie de lodazal en el que cada día se ve más y más hundido? ¿Quiénes han sido los artífices de tamaño desaguisado y cuales los instrumentos de los que se han servido? ¿Cómo y cuándo podremos librarnos de este castigo y recuperar la normalidad que nunca debimos haber perdido, para que podamos enfrentar el futuro con la confianza e ilusión que, necesariamente, se necesita para recorrer el ya de por sí difícil camino de la vida?


Estoy seguro de que muchos españoles, sobre todo aquellos a los  que la crisis está golpeando con más fuerza, se hacen frecuentemente este tipo de preguntas, a las que, en muchos casos, no encuentran ningún tipo de respuesta.  ¿Cómo se les puede explicar a aquellas familias que no tienen ni los mínimos recursos necesarios para alimentar adecuadamente a sus hijos, o que están a punto de verse en la calle por haber perdido su trabajo y no poder hacer frente a sus compromisos hipotecarios, que todo ello se debe a una crisis en la que su protagonismo solo se resume al papel de víctimas?  La cuestión no es nada fácil, y, lo más grave, es que, perdida la confianza en aquellos que se eligieron precisamente para buscar  soluciones, y que, a la postre, se han convertido en el principal problema, ya no les quedan más alternativas que o resignarse o movilizarse. Dado que la primera representa sumisión, aceptación y abandono a su suerte, lo normal es que se opte por la segunda: manifestarse tomando las calles para exigir lo que por justicia y por ley les corresponde. Cuando ya no queda nada que perder, es más fácil asumir  cualquier riesgo, y, aquí y ahora, ya se empiezan a dar estas condiciones.

En España, después de la muerte de Franco, que cerró un largo período al que algunos, no todos, calificaron como una parte negra de nuestra historia, se abordó una transición a la democracia, con un modelo de Estado basado en una monarquía parlamentaria, que  fue recibida con grandes expectativas por la inmensa mayoría de los ciudadanos, de la que se esperaban grandes progresos en materia de libertades y bienestar social. Desde el periodo constituyente, que propició la redacción de la Constitución española de 1978, hasta nuestros días, en los que estamos viviendo la X Legislatura, alumbrada en diciembre de 2011 al constituirse las nuevas Cortes tras el proceso electoral que dio la mayoría absoluta al Partido Popular, España ha pasado, como muchos otros países de nuestro entorno, por distintas fases en las que se alternaron etapas de luces con otras de sombras, aunque en ningún caso se había llegado a una situación  tan preocupante como la actual. La crisis  financiera, iniciada  en el año 2008, a la que siguió el estallido de la burbuja inmobiliaria y la consecuente destrucción de empleo, con un vertiginoso aumento del paro laboral, que el Gobierno de turno no supo identificar, ni posteriormente atinó a reaccionar, ha llevado a la ruina y a la desesperación a miles y miles de familias.

Las medidas que el nuevo Ejecutivo ha puesto en marcha para tratar de frenar primero y  revertir después los devastadores efectos de de la crisis, basadas prácticamente en recortes en el gasto, sin otras complementarias para la reactivación económica, no han hecho más que destruir el ya débil tejido empresarial, que ha retrocedido a niveles del año 2002, mientras que el desempleo se ha elevado a la alarmante cifra del 26,3 % (datos a febrero de 2013), solo superado  por Grecia, con un 26,4 %;  tasa que representa un valor 5 veces superior al registrado en Alemania (5,4 %), y más del doble que la del conjunto de los 27 países de la UE (10,9 %). En estos momentos, en los que la Unión Europea ha alcanzado la cifra de 500 millones de habitantes, España contribuye a esa población con poco más del 9 %, mientras que su aportación al desempleo supera el nivel del 30 %; o, dicho de otra manera: de cada tres personas sin empleo en la UE, uno es español. Con estos mimbres, con la amenaza de un rescate, aún no totalmente descartado, con el ejemplo de Chipre, que, entre otras duras medidas de ajuste, ha venido a poner en cuestión la seguridad del ahorro depositado en las entidades financieras, y las previsiones de PIB que los observadores internacionales conceden a nuestro país: contracción de, aproximadamente, el 1,5 % para el año 2013 y un avance no superior al 0,8 %  para el próximo año 2014, cuando nunca se ha creado empleo por debajo del 2 %, el futuro, a corto y medio plazo, es bastante desalentador. Si ya es una quimera la creación de empleo en una economía sin crecimiento, aún lo es más cuando a esta circunstancia se le suma el efecto de un ritmo de inflación que no cede: la temida estanflación.

Si bien es verdad que la crisis no es exclusiva de España, también lo es que nuestro país está en franca desventaja con la mayoría de los de nuestro entorno para enfrentarla. Nuestra estructura del Estado, basada en comunidades autonómicas, un desconocido modelo a medio camino entre un estado central y un sistema federal, aparte de establecer importantes diferencias entre los ciudadanos de unas y otras autonomías y fomentar el sentimiento nacionalista, no ha demostrado, en términos de eficacia, aportar ninguna solución; por el contrario, por pura megalomanía de la clase política, creando superestructuras innecesarias como si se tratase de mini estados, se ha convertido en un monumento al despilfarro sin control, absolutamente inasumible para nuestros niveles de renta, amén de caldo de cultivo para la corrupción. Aparte de la propia Administración autonómica, si descendemos a la Administración local, a nivel de municipio, el asunto no es menos grave: tenemos 8.116 municipios, 5.000 de los cuales tienen menos de 1.000 habitantes, entre los que se encuentran más de 1.000 que no superan los 100; todos ellos, por supuesto, con su estructura corporativa correspondiente, además de otras figuras eventuales tales como mancomunidades, comarcas, áreas metropolitanas y entidades de ámbito territorial inferior a municipio. En definitiva, todo un gigantesco entramado que, para una población de aproximadamente 47 millones de habitantes, se ha convertido en la más compleja estructura administrativa de Europa, superando en más de 20 veces a la que actualmente tiene Gran Bretaña, a pesar de contar con más de 60 millones de habitantes, y, esto, sólo por poner un ejemplo. 

El Gobierno presidido por Zapatero, que fue el primero en enfrentarse con esta excepcional crisis, quizás por no haber valorado adecuadamente su alcance y repercusiones, además de presiones ideológicas y multitud de condicionamientos derivados de la relación de fuerzas con las que contaba en el Parlamento,  no ha sido capaz de instrumentar medidas similares a las que se tomaron en otros países, como Alemania, por ejemplo, para paliar sus efectos, limitándose a actuaciones puramente coyunturales derivadas de las presiones que le llegaban de Bruselas. Con la llegada del Gobierno del PP, con una mayoría absoluta que le daba toda la capacidad de acción, renacieron las esperanzas de que se empezaran a ver soluciones que pudieran representar el punto de inflexión en la caída libre que veníamos experimentando. Pasado más de un año de Legislatura, y después de haber incumplido prácticamente todas sus promesas electorales, con actuaciones contradictorias a los principios dogmáticos que siempre habían venido defendiendo en sus intervenciones en la oposición, utilizando siempre  la disculpa de haber recibido una herencia envenenada, la decepción ha vuelto a instalarse en la mayoría de los ciudadanos que habían dado su confianza a este partido, incluso entre muchos de sus más incondicionales valedores. La facundia parlamentaria de Rajoy, de la que tanta gala había hecho en sus enfrentamientos con el anterior Ejecutivo, se está transformando en una penuria argumentaría propia de aquellos que solo pueden jugar a la defensiva.


Las decisiones más relevantes que hasta ahora ha tomado el Gobierno de Rajoy para encauzar la situación, intentando al tiempo cumplir con las exigencias de Bruselas, solo han venido a cargar, aún más, las ya castigadas  espaldas de los trabajadores y pensionistas, sin que, de momento, se atisben síntomas de mejoría en ninguno de los sectores económicos, ni se frene la destrucción de puestos de trabajo. Las continuas declaraciones de Rajoy, basadas en el fruto que espera obtener de sus recetas, pronosticando un futuro más prometedor, ya no convencen a nadie. En este contexto, no es extraño que los ciudadanos, cansados de no ver luz en el horizonte, acosen a los políticos con manifestaciones ad hoc, como es el caso de los escraches. No es que esté de acuerdo con este procedimiento, ni que trate de justificarlo, máxime si exceden ciertos límites; pero, cuando se lleva a las personas a situaciones extremas, la respuesta siempre suele ser a la desesperada.

Mientras no se aborde una auténtica y profunda reforma de la Administración y los servicios públicos, dotándoles de un tamaño, estructura, organización y funcionamiento adecuados, que responda a las estrictas necesidades de nuestra sociedad, cubriendo los objeticos básicos para obtener los resultados necesarios, al menor coste, no estaremos más que dando palos de ciego. Por esta vía, en la que queda prácticamente todo por hacer, es donde se puede obtener el más importante ahorro, muy superior, y, por supuesto, mucho más justo que el procedimiento de sacar el dinero de los bolsillos de los ciudadanos.  La crisis que vivimos, aunque larga para todos, solo será temporal para aquellos que sepan adaptarse; el resto, al igual que el proceso natural de selección de las especies, sólo sobrevivirá lo justo para dejar testimonio de su existencia.

En estos tiempos en los que la ciudadanía ha perdido la confianza en las instituciones, con una clase política totalmente desacreditada y continuamente bajo sospecha, afectada por los continuos casos de corrupción que se vienen destapando, donde ni la propia Casa Real se libra de los escándalos, con una deriva política y económica preocupante, la situación no se puede arreglar con unos meros retoques, sino con un profundo debate sobre el modelo de Estado. Es evidente que ya nadie nos puede salvar de pasar por el purgatorio, pero lo que tenemos que evitar, a toda costa, es que nos obliguen a descender al infierno. 


C. Díaz Fdez.

Abril de 2013




domingo, 7 de abril de 2013

THE SPANISH PURGATORY


What sins such serious have committed the Spanish citizens for to have to live with a hard penance, that neither can understand, nor comprehend, nor, much less, deserve? How is it possible that a people who, through the ages, has accredited values ​​and a high capacity for sacrifice, worthy of better fortune, is immersed in a kind of quagmire in which every day looks more and more sunken? Who have been the architects of this nonsense and what the instruments which they have served for this? How and when could we get rid of this punishment and regain normalcy that we never should have lost, of manner we can face the future with the confidence and enthusiasm which is necessary by to traverse the already difficult path of life?


I am sure that many Spanish people, especially those to whom the crisis is hitting harder, are often doing such questions, to which, in many cases, they haven't response. How can we explain to those families who have no minimum necessary resources to adequately feed their children, or who are about to be on the street for to have losing your job and not being able to meet their mortgage commitments, which all this is due to a crisis in which his unique role is summarized only  in to be victims? The question is not easy, and, the most serious, is that, having lost confidence in those who were chosen precisely to find solutions, and that, ultimately, have become the main problem, there are no other alternatives that, or resignation to their rights, or mobilization. Given that the first represents the whole submission, with acceptance and abandoned to their fate, it is normal that is chosen the second: manifestations in the streets to demand for justice and what they are entitled by law. When there is nothing left to lose, it is easier to take any type of risk, and, here, and now, are beginning to give these conditions.


In Spain, after Franco's death, which ended a long period that some, not all, have described as a black part of our history, was started a transition to democracy, with a state model based on a parliamentary monarchy, that was met with very high expectations by the vast majority of citizens, and from which was expected great progress in terms of freedoms and of social welfare. Since the constitutional period, that led to the drafting of the Spanish Constitution of 1978, to the present day, in which we are living the X Legislature, that started in December 2011 with the formation of the new Parliament, after the election that gave the absolute majority to Popular Party, Spain has gone, like many other countries around us, through different phases in which stages of light have alternated with others of shadows, but, in no case, had reached a situation as worrying as the current. The financial crisis, that began in 2008, to which followed the bursting of the housing bubble, followed of great amount of jobs lost, with a sharp rise of unemployment, that the government did not knew identify, not even subsequently to react, has led to ruin and despair to thousands and thousands of families.


The measures that the new government has launched to try to brake the devastating effects of the crisis, based only  in spending cuts, without other complementary measures for the economic recovery, only have served to destroy even more the already weak business sector, that has fallen to 2002 levels, while unemployment has risen to an alarming 26.3% (data as of February 2013), surpassed only by Greece, with 26.4%; representing a value rate 5 times higher than in Germany (5.4%), and more than twice that of all 27 EU countries (10.9%). At present, in which the European Union has reached the amount of 500 million of inhabitants, Spain contributes to this population with just over 9%, while its contribution to the level of unemployment is over 30%; or, put another thus: of every three unemployed in the EU, one is Spanish. With these data, and with the threat of a bailout, not yet completely ruled out, with the example of Cyprus, which, among other harsh adjustment measures, has come to question the safety of savings deposited in financial institutions, and the forecasts of GDP that the international observers are estimating for our country: a contraction of about 1.5% for 2013 and a growth not exceeding 0.8% by the next year 2014, when employment has never been created below of 2%, the future, short and medium term, is quite discouraging. If already is a pipe dream the job creation in an economy without growth, even more it is when this situation is aggravated by the effect of a rate of inflation that does not yield: the dreaded stagflation.


While it is true that the crisis is not unique to Spain, so is that our country is at a disadvantage with most countries of our environment for to overcome it. Our state structure, based on autonomous communities, an unknown model halfway between a central state and a federal system, aside of establish important differences between the different autonomous citizens and encourage nationalist sentiment, not shown, in terms of efficiency, suitable for provide solutions; on the contrary, by sheer megalomania of politicians, with the creation of unnecessary superstructures as if they were mini-states, has become a monument to wastefulness without control, absolutely unaffordable for our income levels, plus to serve of broth culture for corruption. Apart of autonomous administration, if we descend to the local government, at the municipal level, the issue is no less serious: we have 8,116 municipalities, 5,000 of which have fewer than 1,000 inhabitants, of which over 1,000 are not over 100; all these, of course, with their respective corporate structure, plus of other figures such as associations, counties, metropolitan areas and territorial entities. In short, a gigantic network that, for a population of about 47 million people, has become in the more complex administrative structure of Europe, exceeding by more than 20 times  the currently that has Britain, despite having over 60 million inhabitants, and this, just to give an example.


The government led by Zapatero, who was the first to deal with this exceptional crisis, perhaps by not properly assessing its scope and impact, plus many ideological pressures and constraints arising from the relationship of forces available in the Parliament, has not been able to implement measures similar to those taken in other countries, like Germany, for example, to mitigate its effects, limiting itself to purely conjunctural actions arising from the pressures that were coming from Brussels. With the arrival of the PP government, with an absolute majority that gave it all the ability to act, were reborn the hope of  that we will begin to see some solutions that could represent a turning point in the free fall that we were experiencing. After over a year of Legislature, and after of have breached almost all his campaign promises, with contradictory performances to the dogmatic principles that had always been advocating in their speeches in opposition, using always the excuse of having received a poisoned legacy, disappointment has returned to settle in most of the citizens who they had given their trust to this political party, even among many of his staunchest supporters. All of the Rajoy's parliamentary eloquence, from which had done so much ostentation in their confrontations with the previous government, is becoming a shortage of arguments typical of those who can only play defense.


The most important decisions that, until now, has taken the Rajoy government to channel the situation, while trying to meet, the same time, the demands of Brussels, have only come for to put even more load on the backs of workers and pensioners spanish, without, for the moment, can be appreciate any signs of improvement in economic sectors, nor will slow the destruction of jobs. The continuous declarations of Rajoy, based on the result that expect to get with your recipes, with  predicting a brighter future, already convince no one. In this context, it is not surprising that citizens, tired of not seeing light on the horizon, harrased to politicians with some events ad hoc, such as the escraches. Not is that I agree with this procedure, nor try to justify it, especially if they exceed certain limits, but, when it drives people to extreme situations, the answer is usually always the desperate.


Meanwhile does not performed a real and profound reform of the Administration and public services, providing them with a size, structure, organization and functioning appropiate, that meets the stringent needs of our society, by covering the most basic objeticos to obtain the necessary results, to the lower cost, we only will be giving sticks of blind. Is in this field, where still  remains many things by to do,  where we can get the most significant savings, much higher, and, of course, much fairer than the procedure of extract the money from the pockets of citizens. The crisis we are experiencing, although long for all, only be temporary for those who can adapt;  the rest, like the natural process of selection of species, only will survive just enough to leave evidence of their existence.


In these times when the citizens has lost all confidence in the institutions, with a totally discredited political class and continually under suspicion, affected by the continued corruption cases that have been uncovering, where nor the royal family can escapes of  the scandals, with a very worrying drift  political and economic, the situation can not be fixed with a small adjustments, but with a profound debate on the state model. Is clearly that no one can already save us from passing through purgatory, but we have to avoid, at all costs, that force us to descend to hell.


C. Diaz Fdez

April 2013