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domingo, 12 de septiembre de 2010

ADITIVOS ALIMENTARIOS ¿Sabemos lo que comemos?


Autor: Constantino Díaz Fernández
 
   Desde hace algún tiempo, por inexcusables exigencias de observar un especial cuidado en la dieta alimentaria, me he visto en la necesidad de prestar particular atención a la composición de los alimentos a incluir en la cesta de la compra. Esta tarea, sin dificultad aparente, tropieza con el no despreciable  obstáculo de tener que descifrar lo que se esconde detrás de la ingente cantidad de aditivos alimentarios que, de manera generalizada, están integrados en los ingredientes de la inmensa mayoría de los productos elaborados y/o envasados que consumimos. Es notorio, que las normas vigentes sobre el etiquetado de los productos alimenticios derivadas del Real Decreto 1334/1999, y todos los demás que, atendiendo a directivas del Parlamento Europeo, las han ido modificando, han puesto un cierto orden en lo referente a la información a facilitar al consumidor; así pues, al día de hoy, en las etiquetas de los productos envasados se puede encontrar, desde información nutricional completa (energía, proteínas, hidratos de carbono, grasas, etc.), cualitativa y cuantitativa, hasta el conjunto de los ingredientes más característicos de que consta el producto; todo esto, bastante claro y conciso. Lo que ya no está tan claro, dada la exigua información exigida por la actual normativa, es lo relativo a los aditivos (incorporados en la propia lista de ingredientes); aquí nos tendremos que conformar con disponer de un código (en algún caso, los menos, también se incorpora el nombre específico), quedando cualquier otra información adicional: cantidad añadida, ingesta diaria admisible (IDA), efectos secundarios que el aditivo puede causar en el organismo, interacciones con otros aditivos, precauciones a tomar por personas sensibles (niños y algunos enfermos), etcétera, que, siendo manifiestamente necesaria, es deliberadamente excluida.

   De forma genérica, los aditivos alimentarios, que ya se vienen utilizando desde siglos atrás, han experimentado, particularmente en los últimos 50 años, un notable incremento. Durante este tiempo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología en el campo de la alimentación ha descubierto y puesto a disposición de esta industria una importante cantidad de sustancias, naturales y sintéticas, que incorporadas a determinados productos los hacen susceptibles de modificar sus características físicas, químicas o biológicas, buscando, habitualmente, un mayor atractivo para el consumidor (color, sabor, etcétera) y, casi siempre, una mejor y más larga conservación; todo ello sin que, supuestamente, a las concentraciones máximas autorizadas, representen un serio riesgo para la salud del consumidor. En este momento, autorizados en la Unión Europea, e identificados por la letra “E” seguida de un número de referencia, existen más de 400 aditivos, clasificados, a efectos de etiquetado, en unas 26 clases funcionales: colorantes, conservantes, antioxidantes, edulcorantes, acidulantes, emulgentes…., hasta el total indicado. Esto, por si mismo, puede dar una idea de la gran complejidad que rodea a todo lo relacionado con el tema, lo cual contribuye a crear una gran behetría en el elemento final de la cadena: el consumidor.

   Se puede admitir, en términos generales, que existen razones fundadas que justifican el uso de los aditivos: económicas, logísticas, psicológicas, tecnológicas, nutricionales…., entre otras; si bien, con distinto peso específico. Es evidente, que su empleo introduce determinados factores positivos y hacen que muchos productos sean más accesibles y manejables para los consumidores, sin olvidar, por otro lado, los beneficios que de ello se derivan para los fabricantes, como también lo es el hecho de que, en no pocos casos, entrañan ciertos riesgos que quedan, exclusivamente, a cuenta y cargo de los primeros. Tampoco se debe ignorar la controversia que existe sobre este tema por parte de organizaciones internacionalmente reconocidas y la preocupación de las autoridades competentes  por mantener el control sobre el mismo; todo ello dentro de un marco en el que se cruzan multitud de intereses. Durante los últimos años se han ido eliminado sustancias que previamente estuvieron autorizadas, a las que, con toda probabilidad, se añadirán otras en el futuro; igualmente, estudios basados en experiencias acumuladas en el tiempo han aconsejado modificar la ingesta máxima diaria inicialmente recomendada en algunas otras, admitiendo, mediante estas revocaciones, que decisiones anteriores no habían sido plenamente acertadas. Todo esto nos debería orientar hacia la cautela, llevándonos a una elemental conclusión: la vigencia de una autorización administrativa para el empleo de un determinado aditivo, en un determinado momento, no le da, en sí mismo, ninguna garantía de inocuidad.

   Sería muy difícil y complejo, amén de siempre discutible, establecer un juicio de valor sobre el ratio riesgo/beneficio de los aditivos alimentarios (tanto los naturales como los obtenidos por procesos químicos de síntesis), sin entrar en el perfil de cada consumidor (características personales, hábitos de consumo, etcétera), ni pormenorizar para cada uno de ellos; pero, sin ánimo de ser exhaustivo, ni entrar en complejas disquisiciones, sí se pueden sugerir algunas actuaciones básicas y elementales que sería muy conveniente observar: leer detenidamente las etiquetas de los productos antes de comprar, identificar que tipos de aditivos contienen, informarse de lo que hay detrás de cada uno de los códigos que los identifican (fundamentalmente el tipo de sustancia y sus posibles efectos tóxicos) y, en caso de duda, cuando ello sea posible,  preferir siempre alimentos que no contengan aditivos de los grupos en los que se encuentran los que mayor riesgo potencial ofrecen (colorantes y conservantes).  Como principio general, deberán siempre conocerse y analizarse los tipos de aditivos que habitualmente estamos ingiriendo y cuantos productos diarios, o con elevada frecuencia, estamos consumiendo que contengan esos mismos aditivos. Es importante tener en cuenta, que el notable incremento en el consumo  de productos elaborados y envasados que en los últimos tiempos se viene produciendo, y el generalizado uso (no sé si también abuso) que, fundamentalmente por razones económicas, están haciendo los fabricantes de este recurso, puede hacer que estemos aumentando de manera significativa la ingesta diaria de ciertos aditivos poco recomendables, incrementando, por tal motivo, el nivel de riesgo que tal práctica puede representar para nuestra salud. Lo que, bajo ningún pretexto, no debería tolerarse, es la carencia de la información necesaria y suficiente que, en el acto de compra de un producto  destinado a la alimentación, se debería ofrecer al consumidor, hurtándole, de manera flagrante, la posibilidad de que sea este último el que tome, consciente y responsablemente, la decisión que estime oportuna.

    La Comisión Europea, con sede en  Bruselas, tiene pendiente, desde hace años, una revisión general de toda la legislación actualmente vigente sobre el asunto de los aditivos, pero, por una u otras razones, el tema sigue en el olvido. Es evidente que, en estos últimos dos años, la crisis económica y financiera que ha amenazado con llevar al traste todo el sistema, ha supuesto una concentración del esfuerzo para todas las instituciones europeas, dejando aparcados otros temas considerados de orden menor, aunque el caso que nos ocupa no lo sea tanto. Es de esperar, y de exigir, que esa mesnada de provectos sinecuras, procedentes de los excedentes políticos de los países miembros de la Unión, gozando de unas condiciones personales y económicas de autentico lujo, se muevan con un poco más de soltura y den curso a tantos asuntos pendientes como acumulan, entre los que se encuentra el que referimos. 
   En ningún caso estas líneas pretenden condenar, ni siquiera  juzgar, el uso de los aditivos alimentarios, ni mucho menos  confundir ni desorientar a nadie; simplemente crear un estado de conciencia sobre un tema tan importante como la alimentación que, por influir decisivamente en nuestra calidad de vida, tiene un papel relevante y, por ende, merece la pena tener en cuenta y conocer. No se trata, por tanto, de generar preocupación, sino de invitar a la acción. En la medida que esta pequeña introducción lo consiga, se podrá considerar el objetivo como cumplido.
            
Oviedo, 1 de agosto de 2010

Nota: Artículo publicado en el diario La Nueva España de Oviedo, con fecha  17 de marzo de 2008

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