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viernes, 12 de noviembre de 2010

RENTABLE ESTUPIDEZ


       Es muy posible que la estupidez haya estado asociada al ser humano desde el principio de los tiempos, y más que probable que siempre haya sido utilizada por los más avispados como una buena oportunidad para conseguir, a costa de los demás, muchos de sus propósitos. No es, por tanto, una tara que se haya instalado recientemente en nuestra sociedad, sino un invisible estigma incrustado en nuestra genética desde los tiempos de Adán y Eva, probablemente unido a otros males que Dios les aplicó, a título de castigo, al expulsarlos del Paraíso, o, si se prefiere, para los más proclives a la teoría de Darwin, un antecedente heredado de los monos. Ya Albert Einstein, considerado como el científico más relevante del siglo XX, había hecho una reflexión a este respecto, llegando a afirmar que solo dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana, estando más seguro de lo segundo que de lo primero. No hace falta más que observar el diario devenir de los hechos, usos, costumbres y comportamientos de nuestra especie, para poder aceptar, sin demasiadas reservas, esta proposición como un axioma.

Pablo Picasso
       El Expresionismo de Erich Heckel,  el Cubismo de Picasso o  el Surrealismo de Salvador Dalí, entre otros, entendidos como deformaciones oníricas de la realidad, difícilmente interpretables más allá de la imaginación de sus propios creadores, y cuyas obras fueron y son ensalzadas y bendecidas con fruición hasta por los que no alcanzan a ver, ni mucho menos a entender, su contenido, solo por temor a ser tachados de necios o incultos, son ejemplos palmarios de la sabia utilización de la estupidez de los mortales para alcanzar la gloria terrenal de unos a costa de la candidez y estulticia de otros, amén de la obtención de pingües beneficios para  mayor satisfacción de todos los directamente involucrados en este más que lucrativo negocio

"Sin Título"
     Viene todo lo anterior a colación de los astronómicos e inexplicables excesos que, a juicio y razón de  una mente lógica y normal, se están cometiendo en las cotizaciones de algunas obras subastadas recientemente en las más afamadas galerías de arte del planeta Tierra, y que, desprovistas del tirón mediático de sus autores, amén de la inteligente y bien dirigida labor de marqueting desarrollada por sus tenedores, tendrían dificultad para ser colocadas en cualquier modesto rastro por unos pocos euros. La obra de Andy Warhol, padre del llamado Pop Art (movimiento artístico que se caracteriza por el empleo de imágenes de la cultura popular, tales como anuncios publicitarios, cómics, etcétera), titulada “Men in her life”, que representa una sucesión de fotogramas con el denominador común de una dama, como si se tratase de una tira cinematográfica, subastada en Nueva York por más de 63 millones de dólares; el lienzo titulado “Coca Cola 4”, del mismo autor, que reproduce una simple botella  de esa bebida, junto al anagrama comercial de la marca, adjudicado por 31,5 millones de dólares, así como la extraña obra “Sin título”, de Mark Rothko, miembro del llamado expresionismo abstracto estadounidense, que, a criterio del director de arte contemporáneo de Sotheby´s, hace sentir de una manera muy obvia el sol a través de sus tonos amarillos y rojizos y transmite una gran energía positiva (declaraciones, supongo, realizadas en un momento de profunda alienación freudiana), y que, sin otras referencias, perfectamente podría tomarse por la obra de un anónimo escolar practicando con su caja de acuarelas, vendida en 20 millones de dólares, son, por mencionar solo algunos ejemplos, claros exponentes de lo anteriormente manifestado.


"Coca Cola 4"
       No es fácil de entender, sin recurrir a la acertada reflexión del científico alemán citado, como se pueden atribuir tan desorbitados valores a cosas tan banales, al tiempo que se menosprecian otras tan importantes como la abnegada labor de tantas personas que, con su diario quehacer, muchas veces precariamente retribuido, hacen que el mundo funcione, progrese y avance. No se debería tolerar, desde el más elemental concepto de justicia, que se dediquen tan ingentes cantidades de recursos económicos a tan extravagantes veleidades, la mayoría de los casos por absurdos caprichos personales, mientras millones de semejantes no tienen cubiertas ni siquiera sus necesidades más vitales.


C. Díaz Fdez.
                                                                                Oviedo, 12 de noviembre de 2010 

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