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domingo, 7 de noviembre de 2010

LA VIDA VISTA DESDE UNA COLA


Por: Constantino Díaz Fernández

 
    Desde los más lejanos tiempos perduran en mis recuerdos las largas filas de personas que, por una u otra razón, permanecían, en ordenada y protocolaria cola, esperando su vez para acceder a un producto o servicio, desde los más elementales, como podía ser esperar a ser atendidos para recoger el pan con su cartilla de racionamiento en la mano, hasta los más solaces, como aguardar su turno para adquirir una localidad que les permitiera el acceso al cine, teatro, circo etcétera, pasando, claro está, por un sinfín de casos intermedios. Año tras año, infancia, adolescencia, juventud y madurez, he visto como la gente ha venido arrostrando con esta impuesta costumbre que, a fuerza de ejercicio, se ha convertido en práctica habitual.

     A mi manera de ver y entender, la necesidad de “ponerse a la cola” para casi todo, siempre me ha parecido más una forma de humillar que de dignificar al ser humano, acercándolo más al ser irracional que al reconocimiento de sus valores. No es que no admita, de forma frontal e irreflexiva, que el aguardar un turno para acceder a algo concreto, en un momento determinado, sea necesario; lo que no es admisible es que las personas, además de perder gran cantidad de su tiempo disponible, siempre escaso, se coloquen en fila india, como si de borregos se tratara, para tener acceso a  aquello que precisen,  que, o bien les pertenece por derecho, o bien van a pagar religiosamente por ello. El hecho de que cuando se pregunte a alguien por algo, se le conteste con un “póngase a la cola”, es ya de por sí denigrante.

     Siempre había creído, y esperado, que la modernización de la gestión, en todos sus aspectos, apoyada por el impulso de la informática y las nuevas tecnologías, podría terminar con las viejas y anacrónicas colas, haciendo el ejercicio de esperar turno, cuando fuese necesario, mucho más racional, ético y estético; pero, para mi frustración, la realidad ha venido a dar al traste con mis esperanzas y, hoy día, a pesar de estar ya bastante introducidos en el siglo XXI, aún no nos hemos liberado de este mal; es más, parece que estamos volviendo al principio.

     Puedo apoyar lo anteriormente indicado con un simple ejemplo de un día normal, acompañando a mi esposa en unas gestiones bastante cotidianas:

<> A primera hora, cita con enfermería en su centro de salud (solo necesitaba una toma de tensión arterial). La espera se prolongó en más de una hora; no parece que sea excepcional pues la anterior visita ocurrió lo mismo. Acto seguido, a formar cola para pedir cita para el médico: total 20 minutos. Posteriormente, a realizar una gestión simple al banco; como no había ningún gestor disponible en ese momento (también tienen derecho a tomar el café, tocó esperar 30 minutos. Acto seguido a realizar la compra en un supermercado: cola para coger el pan; cola para coger la fruta; cola para el pescado (eso sí todo con el número en la mano), y por último cola para pasar por la caja registradora. En total, para coger 6 artículos, que se despacharon en unos 15 minutos, el tiempo total empleado aproximadamente 1 hora. En resumen, que para lo que solo se hubiesen necesitado algo más 40 minutos, se requirió emplear más de 3 horas y 15 minutos. Menos mal que ha sido un día de pocas necesidades, que si hubiese sido uno de los más ocupados no nos hubiese quedado tiempo ni para comer. Si extrapolamos esto a todos los días del año en los que tenemos que hacer algo más o menos parecido, los resultados que arrojaría serían sorprendentes, llegando a la triste conclusión de que pasamos una parte muy importante de nuestra vida de forma absurda e irracional.

           No se trata de exacerbar las cosas, pero creo que el tema merece, cuanto menos, una reflexión. Si solo una pequeña parte del tiempo que se pierde, de forma tan absurda y lamentable, se emplease en algo productivo, seguro que podríamos elevar nuestro PIB en algunos enteros, y, además de evitar que la gente se vuelva cada vez más feróstica, mejorar nuestra calidad de vida, consiguiendo un mejor estado de ánimo y bienestar. Si se cree que ello es conveniente y necesario, ya habremos dado el primer paso en conseguirlo.


Oviedo, a 2 de octubre de 2010
 

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