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domingo, 1 de noviembre de 2015

CARTA ABIERTA

CARTA ABIERTA A MI HIJA SONIA MARÍA



Jamás me hubiera atrevido a imaginar que este blog, salido a la luz a finales del año 2010, creado con el modesto objetivo de incluir en sus páginas una sucinta información sobre viajes, basada en mi experiencia personal, que pudiera ser de  utilidad para sus eventuales lectores, así como manifestar mi opinión sobre aquellos temas que, en cada momento, y a mi entender, pudieran suscitar algún interés, sirviera para recoger una carta como la que ahora incorporo en el mismo.

La razón que me ha motivado a ello no ha sido fruto de una reacción en caliente por el grave hecho de que mi hija, impulsada por un sorprendente, repentino e incomprensible odio hacia sus padres, haya cometido la infamia de escribir una fingida historia cargada de injurias y calumnias hacia nosotros, con el agravante de haber tenido la malicia de remitir esa carta, como archivo adjunto en un e-mail, a cuantos destinatarios de correo electrónico ha podido encontrar, haciendo público interés de zaherir, en grado máximo, a aquellos a los que por naturaleza y sentido común, además de otras múltiples  razones, les debería guardar respeto y consideración. El hecho de que esto haya sucedido el pasado mes de junio, y haya transcurrido un período de 6 meses desde entonces, es prueba de que lo que ahora manifiesto no es meramente una improvisación, sino consecuencia de una profunda y serena reflexión sobre este lamentable suceso y, lógicamente, de la necesidad de que este insólito hecho no quede sin la respuesta adecuada, demostrando, con argumentos sólidos, hasta donde llega el cinismo y la perversidad de quien hasta ahora, por su condición de hija, sin otros méritos conocidos para ello, había gozado de nuestro total apoyo, protección y cariño. En lógica y justa correspondencia, dado que, inconcebiblemente, ha querido hacer público su embaidor relato, pública tendrá que ser también la respuesta.

Aunque la lectura detenida de la miserable, desaforada y estólida carta-diatriba que nos escribes, ante los ojos de cualquier persona coherente y sensata que la haya recibido, ya puede conducir a sospechar de unas aviesas intenciones de su autora y, por ende, de su dudosa fiabilidad, los documentos que a lo largo de este escrito iré exponiendo creo que aportarán los datos suficientes para poder hacer un más ajustado  juicio de valor. Las personas que nos conocen, y han tenido o tienen una relación de amistad con nosotros a lo largo de muchos años, estoy seguro que no necesitarán ningún argumento adicional para despejar cualquier duda, pero quizás estos sean un soporte necesario para aquellas otras con las que nuestra relación sea más esporádica y/o superficial. Mis disculpas anticipadas a todos los lectores por las molestias causadas por esta insólita historia, de la que, tanto a mí como a mí esposa, se nos ha querido hacer víctimas, a la que sólo pretendo aportar un poco de claridad en medio de tanto y tan extravagante desatino.

Sonia María:

Pasada la enorme sorpresa que nos ha causado tu apócrifa carta, casi me atrevería a calificarla de escatológica, que más bien, parafraseando al Macbeth de Shakespeare, se podría definir como “una historia contada por un necio, llena de ruido y furia”, por razón de que tú intención no ha sido otra que la de tratar de ensombrecer nuestra existencia por la vía de enturbiar la realidad, y confirmado que todo esto no ha sido sólo una pesadilla derivada de un mal sueño, asunto a cuya conclusión, ciertamente, nos ha costado tiempo llegar, quiero, sin ninguna animosidad, solamente con argumentos, desmontar tus falsedades y contar la otra historia, la que tú perfectamente sabes y ocultas, para que, en base a ello, pueda situarte en el lugar que te corresponde y no intentes volver, nunca más, a tratar de confundir a nadie.

Todo lo que nos dices ahora, un exabrupto cargado de injurias y calumnias, en un grave atentado contra nuestra honorabilidad y dignidad, paradójicamente alegando que lo haces por tu propia salud mental, comparado con lo que nos has venido manifestando a lo largo de muchos años atrás, y particularmente con lo que nos revelas en tu mail del 24/12/2014 en el que, después de 4 años de mentiras y ocultaciones, te decides a contarnos tu situación real, diciendo que te ha costado mucho tiempo y terapia reunir fuerzas para hacerlo, dado que tu mayor temor siempre había sido que ello pudiera afectar a nuestra salud, es, cuanto menos, perverso. No solo denota fuertes contradicciones en tú conducta, sino que, yendo más allá, no es aventurado pensar que puedas estar sufriendo algún tipo de desorden en tus procesos mentales, o trastorno psicótico crónico, que está afectando, de manera muy seria, a tú personalidad, sin descartar que, por otros comportamientos extravagantes que has presentado a lo largo de tu vida, tu problema pueda tener incluso origen ontogénico. Por esta razón, sinceramente, creo que no deberías abandonar las visitas al psicólogo, tal como nos contaste que tuviste que realizar para contarnos, sin afectar a nuestra salud, claro, lo que nos ocultaste durante estos últimos años, además de considerar, por la posible patología, una visita al psiquiatra. Sin duda que es una recomendación que no deberías dejar en el olvido. Lamentablemente lo que ya no podrás contar será con el apoyo de tus padres, tal como tantas veces lo hemos hecho a lo largo de tu vida.

Para ver el mail anteriormente citado hacer clic sobre el enlace directo siguiente:


 Mientes con una procacidad enfermiza cuando dices que has tenido una infancia triste, y rechina leer lo que dices de tus padres (un padre dictador y una madre como un cero a la izquierda). Fuiste una niña ciertamente querida y, probablemente, excesivamente mimada. Naciste en un hogar acomodado, cuando tu padre ya tenía consolidada su vida profesional, y, por tal motivo, con una economía familiar lo suficientemente saneada para que pudieras gozar de todas las comodidades necesarias. Por esa razón, además del cariño de tus padres, que, en la salud y en la enfermedad, te atendieron y cuidaron con gran esmero, siempre gozaste de todo lo que mucha gente a tú alrededor carecía: la mejor ropa, los mejores juguetes, el mejor colegio, excelentes vacaciones, caprichos, etc. Yo me he encargado siempre de aportar los medios económicos, mientras que tú madre, con inmenso cariño y devoción, se ha dedicado a vuestro cuidado y a la administración del hogar. Yo no tengo más mérito que el haber trabajado con total dedicación a mi profesión, procurando siempre responder a la confianza que en mi se depositaba, cuestión que, afortunadamente, siempre he tenido. En cuanto a tú madre sólo quiero decirte que siempre se ha ganado, sin excepción, la confianza y el afecto de todos los que la han conocido y tratado, algo que tú jamás podrás conseguir. Particularmente mi padre que, habiéndola considerado siempre como una verdadera hija, la adoraba. Ni de lejos: ni como mujer, ni como esposa, ni como madre, le has llegado, ni le llegarás nunca, a la suela de sus zapatos. Quizás esto forme parte de tus muchas frustraciones, amén de la enorme carga de complejos y prejuicios que ahora llevas en tu mochila.

¿Cómo en tu desenfrenado relato tienes la osadía de dar una versión tan falsa, villana y tergiversada sobre tus padres, llegando al atrevimiento de hacer juicios de valor hasta sobre nuestra relación como novios y nuestro matrimonio? ¿Cómo puedes ser tan mezquina y miserable para llegar a esos extremos? Una infamia realmente inimaginable para una persona que estuviera en su sano juicio, solamente concebible en una mente manifiestamente perturbada. Quizás puedan ser tus tremendos errores y fracasos los que te han ido marcando, creando una insana envidia por no haber conseguido nunca un hogar estable y acomodado como el que siempre han tenido tus padres. Más de cincuenta y dos años de matrimonio, con el mismo cariño que el día en que nos casamos y, si cabe, cada vez más unidos, parece ser que, en lugar de sentirte orgullosa de ello, te está resultando muy difícil de aceptar. ¿Cómo es posible que hayas estado años, muchos, pasándonos la mano por la espalda y regándonos los oídos diciéndonos lo mucho que nos querías y lo agradecida que estabas por  todo lo que habíamos hecho y hacíamos por ti y tu familia, amén de que éramos los mejores padres del mundo, e incluso, en palabras de tus hijas, los mejores abuelos de la galaxia, si realmente habíamos sido tal y como ahora tratas de pintarnos? ¿No eras tú la que cuando, durante mucho tiempo, estuviste recibiendo nuestro apoyo y ayuda incondicionales, con los complementos en especie y en metálico oportunos, para que no pasases necesidades ni privaciones,  nos decías lo orgullosa que estabas de tener unos padres como los tuyos y lo mucho que nos valorabas? ¿No eras tú la que cada vez que os íbamos a visitar, siempre con algo en las manos, salíais exultantes al balcón para despedirnos tirándonos besos hasta que nos perdíais de vista? ¿No eras tú la que, después de reconocer tus errores pasados, me decías y prometías que nunca, nunca más, volverías a fallarme? Nosotros hemos sido y seguimos siendo los mismos, con las mismas virtudes y defectos que teníamos entonces, aquellos a los que tanto adorabas y ahora tan villanamente intentas amancillar. ¿Y tú, cómo es posible que hayas tenido una deriva tan repentina y negativa y hayas caído tan bajo? ¿O es acaso que ya, en aquellos tiempos, eras cuervo disfrazado?  En resumen: ¡Vileza y miseria en estado puro!

Los enlaces directos siguientes, que conducen a documentos manuscritos por tu propia mano, y a los primeros correos que nos enviastes desde el Reino Unido, acreditan la veracidad de lo que anteriormente manifiesto y las mezquinas contradicciones y deleznables engaños que contienen tus palabras. 

https://sites.google.com/site/tantino0642/reyes-2000-sonia-y-familia


Aunque no voy a entrar, una a una, en el piélago de burradas y barbaridades que nos dedicas en tu sádica diatriba,  ya que sería como ponerme a tu altura, además de hacer esta carta interminable, si quiero hacer referencia a algunas en particular que, con toda seguridad, podrán servir para establecer un juicio sobre el resto.
Por su especial gravedad, y por las ocultaciones y falsedades que haces sobre ello, te voy a recordar que a lo que dices, como de pasada, y lo descubres ahora a tus hijas obligada por las circunstancias ante el temor que lo hiciéramos nosotros, cosa que jamás se nos pasaría por la cabeza, que te casaste a los 18 años, tendrías que añadir algo más. Tendrás que decirles que ocultando una relación con un musulmán marroquí, te fuiste de casa de tus padres para casarte con ese individuo, sin  dar la cara, utilizando a terceras personas para que se nos comunicara tal circunstancia y no permitiéndonos ni siquiera la oportunidad de hablar contigo para disuadirte de tamaño desatino. Nos denostaste hasta tal punto que yo mismo, en aquellos tristísimos momentos, juré no querer jamás volver a verte. Consumada tu locura te trasladó a Francia, donde fuiste humillada, vejada y apaleada hasta tal punto que tú madre llegó a temer por tu vida. Al ser  informados de que a tu marido se le terminaba el trabajo y, como tal, el permiso de residencia, y ante el temor de que te trasladase a Marruecos, donde seguramente no volverías a salir, perdiendo tu dignidad como persona y terminando ti vida en un infierno, con la intercesión de tu madre, y conmovido por la gran tristeza que la embargaba, hemos hecho posible que regresaras a España con el susodicho individuo, con la intención de poder reconducir aquí el tremendo problema que tu inmensa insensatez había creado. Una vez en España y confirmada la imposibilidad de mantener una vida matrimonial normal con ese sujeto (ni me atrevo a relatar las aberraciones que tú le contaste a tu madre), llegando incluso a intentar agredirte en mi presencia, nos planteamos librarte de esa pesada e insoportable carga. Tú bien sabes, aunque dudo que ahora lo quieras reconocer, los esfuerzos y el desgaste personal que me ha supuesto, amén del dinero que le he entregado y las gestiones que he tenido que llevar a cabo, incluso hasta el detalle de poner al día el seguro de su coche, la tarea de convencerlo para que regresare solo a Francia, con la esperanza de que al encontrarse ilegalmente en ese país, sin trabajo ni residencia, le deportaran a Marruecos, cosa que así ha sucedido, librándote, momentáneamente, de ese calvario. Afortunadamente, también hemos podido evitar que pudiera ejercer ningún derecho posterior sobre tu persona, abortando todos sus intentos de contactar contigo. Sólo tus padres podrían haber hecho eso por ti y, sin escatimar esfuerzos, lo hicieron, sin pasarte ninguna factura ni tener en cuenta las circunstancias  por los que llegaste a tan desesperada situación, sólo porque, a pesar de todo, eras nuestra hija y te sentíamos como tal.

Incorporada de nuevo a lo que fue tu hogar y perdonándote todas las injurias y humillaciones a las que nos habías sometido, tratamos de volver a poner el reloj a cero. Te acogimos como si nada hubiese sucedido y, poco a poco, fuiste recuperando el cariño y la confianza de tus padres, dejando atrás algo que nunca debió de haber ocurrido. Lo que tú siempre calificaste, e incluso lo reflejaste por escrito, como  tu gran error, y que ahora, en un nuevo arrebato de locura, tratas de minimizar, como si hubiese sido algo irrelevante en tu vida. La incorporación de nuevo a casa de tus padres te permitió, no solo recuperar tu dignidad, sino, amén de garantizar tu sustento, realizar estudios de secretariado y las prácticas de inglés en Inglaterra e Irlanda, todo costeado con tu padre, aunque ya no tuviera ninguna obligación para hacerlo; incluso el viaje a Irlanda, con todos los gastos añadidos, lo has realizado posteriormente a tu matrimonio, en segundas nupcias, sin que ello hubiera representado un freno para que terminaras tu formación, la que tú elegiste, dado que, como perfectamente sabes, tu padre siempre había puesto el listón mucho más alto. Tampoco te podrás olvidar que gracias a tu madre, que fue pieza clave en todas las gestiones, y el apoyo de tu padre, has conseguido la anulación del matrimonio con el marroquí, permitiendo que te pudieras volver a casar por la Iglesia Católica, realizando la boda en el lugar que tú misma habías elegido y con todo el boato que siempre habías deseado, sin que se te pusiera ninguna limitación ni restricción económica, con todos los gastos, claro está, a cargo de tus padres. Hasta incluso el generoso regalo en metálico que se te hizo para que pasases una buena luna de miel, dado que la recaudación económica que obtuviste de la boda, con aportación cero de la familia de tu marido, no te hubiera alcanzado, ni de lejos, para lo que tú  tenías previsto hacer. En definitiva, esta es, de forma sucinta, la verdadera historia de este suceso que tan sibilinamente mencionas de puntillas y, además, con engaño, como no podía ser menos.

Otra cosa que no quiero pasar por alto es lo que dices del aborto que realizaste a la edad de 22 años, cuyo “accidente" atribuyes a quien posteriormente fue tu segundo marido. Cierto es que yo no me he enterado de ello. Si así hubiera sido jamás lo hubieras hecho, al menos con mi consentimiento. Tu madre, que en ese momento quiso evitarme el disgusto, me ha contado ahora todo el proceso y, claro, a ella puedo creerla. Tengo razones sobradas para saber que no miente. Mientras que a ti, y creo que no son necesarios muchos más argumentos de los que en este escrito se exponen, la credibilidad no solo no se supone, sino que, simplemente, la tienes por los suelos. Dices que tu madre no te dio opción, que tenías que abortar. ¡Miserable inverecundia! Eso no te lo puedes creer ni tú misma, por mucho que lo intentes. Me atrevería a afirmar que hasta tu cuñado, a quien pones como testigo, que, a pesar de todo, no llega ni con mucho a la altura de tus miserias (en eso eres insuperable), y quien según tu versión te financió el aborto, te desmentiría de esa falsa y perversa acusación. No le creo capaz de decir lo contrario, ya que tu madre sostiene que fue tú hermana, a quien expresamente llamaste para contarle el problema, la que te recomendó hacerlo, para que, según textualmente me dice, “no acabaras con tu padre”, aún no recuperado de tu anterior “hazaña”. ¿Cómo tienes el atrevimiento de afirmar, sin sonrojarte,  que,  a los 22 años,  tu madre te ha obligado a someterte a un aborto, cuando con 18 años ni siquiera le diste opción a intentar disuadirte de la locura que cometiste, marchándote de casa sin ninguna contemplaciónSe necesita cinismo, y mucho, para ello. Claro que de eso tú estás más que sobrada. Recordando las andanzas de Sancho Panza en su ínsula  Barataria, cuando dictó sentencia en el litigio de la zorra y el ganadero, te podría decir que si hubieses puesto la misma fuerza, e incluso la mitad, que pusiste para casarte con el musulmán marroquí, cuando sólo tenías 18 años, nadie hubiera sido capaz de obligarte a abortar. Te recuerdo que eso es un crimen, el más abominable y cobarde de cuantos se pueden cometer: terminar con la vida de un concebido y no nacido. Espero que tu extraña conciencia, la que dices que tú tienes y los demás no, te alcance, cuanto menos, para demandarte ese vituperable acto por el resto de tus días. Sería un justo castigo. ¿Cómo es posible que hayas vendido esa miserable historia a tus hijas, haciéndote la víctima y tachándonos a nosotros de inmorales? ¿No temes que en algún momento puedan darse cuenta de todas las falsedades que les estás inculcando, con lo que tú llamas “verdadera historia de tu vida”, y el daño que has querido hacer a sus abuelos, aquellos  con los que siempre han convivido, que las han tratado con inmenso cariño y nunca las han abandonado? Ahora, de momento, aunque presumes de que tienen libertad de opinión, cuando está más que comprobado, y yo te lo he reprochado muchas veces, no educas, sólo reprimes, no tendrán más remedio que darte la razón en todo. ¡Pobres si hiciesen lo contrario!  El problema lo tendrás con el transcurso del tiempo, cuando liberadas de tu maléfica influencia sean capaces de pensar y razonar por sí mismas.  El que a hierro mata a hierro muere y, aquí, estoy seguro, tú no serás una excepción.

Sobre todo lo que dices de tu hermana y la forma en la que tuvo que abandonar la casa de sus padres, algo que se había buscado a manos llenas y de lo que ya estaba suficientemente advertida, seguramente te has quedado con su versión, tan falsa y villana como su autora y, además, corregida y aumentada. ¡No podía ser menos! Si bien es cierto que tuvo que marcharse  (con 18 años cumplidos no podía seguir más con nosotros a causa de sus continuas mentiras y engaños), es absolutamente falso que saliera de forma traumática, ni mucho menos que hubiera quedado desamparada y/o desprotegida. A pesar de que ya tenía una mayoría de edad legal, en ningún momento le faltó la ayuda económica suficiente para su subsistencia que, mes tras mes, hasta el día en que contrajo matrimonio, le pasaron sus padres (como es natural existen las transferencias bancarias que lo justifican) ¡Cómo me gustaría tener un careo contigo y con esos protagonistas que dices te contaron la historia y que viven y tienen memoria!  Creo no equivocarme al afirmar que no te atreverías a hacerlo. Me parece que aquí, como en tantas otras cosas, viertes tanta inquina que te has pasado de frenada: las personas que sobreviven y que realmente son conocedoras de los hechos, precisamente por la circunstancia de haber tenido una participaron personal en los mismos, tienen una versión muy distinta de la que tan mezquinamente tú relatas. En el fondo no eres más que una miserable vocera que actúa igual que los perros cobardes, que sólo ladran cuando se sienten protegidos por una verja. ¿Porqué no te cuenta quién les ha puesto a vivir facilitándole un trabajo fijo y estable a su marido para que pudiera garantizar unos ingresos dignos con los que mantener a su familia, o quién le salvó los muebles cuando esa persona cometió una falta grave, castigada con despido procedente, y acudió a mí en súplica para que le tratara de resolver el problema? ¿Porqué no te cuenta cómo yo le he atendido en ese delicado momento, y cómo, con cierto desgaste para mi propia persona, que he tenido que mojarme respondiendo por él, garantizando a la empresa que no volvería a suceder, he evitado que se viera en la calle, con las gravísimas consecuencias que ello le hubiera acarreado? Claro que eso, además de todo lo que durante años ha recibido de sus padres, y la verdadera historia del proceso que siguió para alejar a su familia (la de los cuatro) definitivamente de nosotros, así como del fracaso cosechado cuando villanamente pretendió hacer lo mismo con la familia de su marido, no interesa decirlo. Tampoco le interesará que te enteres del papel de "Celestina" que ejerció con su hija, siendo menor de edad, en su propia casa, traspasando los límites de los más elementales principios morales. ¡No, eso no!  En fin, no creo que merezca la pena comentar más de su vida, por la que ya nadie se siente interesado. Afortunadamente,  todo el mundo que la conoce sabe cuál es su “credibilidad y fiabilidad". La mentira, el engaño y la envidia, a lo que en los últimos años ha sumado también el chantaje y la estafa (tengo pruebas contundentes de ello, de los damnificados precisamente), son sus principales virtudes. Nadie, en toda la familia, la recibe con agrado y, en muchas casas, ni siquiera le abren la puerta. Probablemente también tú ya estés en el mismo camino. No me extraña que sea esa tú referencia. Algún día entraréis en dura competencia para dirimir sobre cuál de las dos es la peor.

Lo de las lecciones de moral que tú dices que yo doy, cuando  lo único que he intentado siempre, particularmente contigo y con las niñas, ha sido aconsejaros sobre el camino a seguir,  predicando con el ejemplo,  no son nada comparables con las tuyas, vamos, una nimiedad. El hecho de estar conviviendo simultáneamente con tu actual marido (el tercero), de acuerdo con la Iglesia anglicana, y el que lo fue y lo sigue siendo (el segundo), de acuerdo con la Iglesia Católica, en una misma casa, bajo un mismo techo, puede que sea “bastante original”, pero, sin ningún género de duda, no creo que se pueda presentar como un ejemplo de moral. Que tú segundo marido, al igual que tus hijas, contemple, día tras día, como te vas a la habitación de al lado con el tercero, me parece algo inefable. Lo que no alcanzo a entender es como “Guille”, como  tú así le llamas, puede soportar semejante humillación. Siempre me ha parecido una persona algo inmadura y con poca capacidad para sentir emociones, pero jamás me hubiera imaginado que pudiera llegar a esos extremos. El hecho de que le hayas llevado a un país en el que, por razones idiomáticas, tiene pocas posibilidades de defenderse (ignoro cómo ha podido ser seducido a cometer tamaño error), no puede, bajo ningún concepto, justificar esa aberrante situación. Si a todo esto añadimos que lo utilizas como a un vulgar criado, para cuidarte la casa y los animales cuando los demás estáis ausentes, no creo que quede mucho más que añadir. A la vista de esto, y aunque sea pecar de redundante, no puedo dejar de manifestar mi asombro sobre hasta que punto ha caído tu sentido de la moral y la ética. El que hayas descargado contra tus propios padres la furia que se desprende de tu escrito, ya es una prueba más que suficiente de que ni siquiera conoces el significado de esos conceptos. Probablemente, entre otras cosas, a tu manifiesto problema de behetría tengas, como añadido, otro de anomia.

Con lo de la invitación de tus amigos a una “cena”, (con bastante desagrado, por cierto, de tu actual marido), y entendiendo que lo de cena lo dices de forma eufemística, demuestras, una vez más, que tienes una capacidad de inventiva digna del mejor autor de sainetes. Podrías dedicarte a ese género, sin duda. Esos amigos, que en realidad era un grupo de personas jubiladas a las que tú das "clases de español” una vez por semana, a razón de 10 libras por cabeza, (nada que alegar a esto dada la evidente premura de dinero que tienes) acudieron a tu casa a tomar unos pinchos y asistir a la bendición del hogar que tú le habías pedido a uno de ellos (vicario jubilado de la iglesia anglicana). Nada que ver con ninguna deferencia hacia mi persona. El despectivo comentario que haces sobre mis conocimientos de idiomas, es tan miserable por tu parte, no podía ser menos, que no me merece ni el más mínimo comentario. Un rasgo más de tu atrabiliaria personalidad. No pierdes ocasión en utilizar cualquier motivo para difamar, y si no, es igual, lo inventas. En aquellos días, y tú lo sabes perfectamente, estaba padeciendo un problema dental y llevaba dos noches sin apenas dormir, tomando paracetamol para aliviar las molestias. El día de autos, después de recibir y departir un buen rato con aquella buena gente, además de asistir al acto de bendición (supongo que la próxima visita del vicario será para practicar un exorcismo), las molestias que sentía y el cansancio de los días anteriores hicieron que no me sintiera con fuerzas para continuar con la “fiesta”, razón por la cual, y a pesar de que hubiese deseado lo contrario, con las disculpas de todos os he dejado seguir solos. Tú misma, al ver el estado en el que me encontraba  me habías dicho que lo entendías y que creías que era lo más conveniente. Ahora resulta que, según tu nueva versión, he huido como un “cobarde”. ¡Increíble! Tu padre jamás hizo ni haría tal cosa. No acabo de salir de mi estupor sobre cómo has podido alcanzar tales niveles de estulticia.

En tu alucinado cabildeo alcanzas hasta el extremo de juzgar las relaciones que yo tenía con mi padre, al que apenas tuviste ocasión de conocer, llegando incluso al atrevimiento de afirmar que había enfermado por mi culpa, presuntamente a causa de los disgustos que yo le daba. Eso, aparte de confirmar, una vez más, tus dañinas intenciones, supera la mayor impostura imaginable: la sublimación de la perversidad. Demuestra y confirma hasta que punto llega tu desorden mental y tu extrema maldad. Mi padre, que ha sido siempre mi mejor amigo y consejero, a quien yo he querido, y respetado (dos conceptos necesariamente indivisibles que tú desconoces) de forma muy especial, y cuya muerte causó en mí un profundo vacío que, a pesar de los muchos años transcurridos, nunca he podido rellenar, ha tenido muchas ocasiones de sentirse orgulloso de su hijo. Nació, vivió y pasó los últimos días de su vida en una pequeña población, una de esas villas en las que la mayoría de las personas se conocen. Allí, precisamente, inicié mi actividad profesional: fui director técnico de la primera empresa de ingeniería dedicada, entre otras actividades, a proyectos eléctricos industriales y profesor del Instituto de Formación Profesional de esa localidad. Durante los años que he permanecido en ese puesto, la empresa experimentó el mayor crecimiento de su  historia, abordando importantes proyectos que, todavía hoy, muchos de ellos, aún permanecen en servicio. El reconocimiento que he recibido por ello y el prestigio profesional añadido, siempre han sido motivo de orgullo para mi padre. Cuándo, después de varios años, he decidido buscar unos horizontes profesionales más amplios y, para ello, me he tenido que ausentar, también mi padre pudo sentirse orgulloso de mi progreso profesional en mis nuevas responsabilidades. Por cierto, el único disgusto que ha recibido, si así se le puede llamar, ha sido el que habiéndome ido a buscar mi anterior empresa para que regresara a la misma (las cosas no iban del todo bien que deseaban), con prácticamente un cheque en blanco para que yo pusiera el salario, no lo he aceptado. A pesar de lo agradecido y honrado que me sentía por ese gesto, y lo difícil que fue la decisión, mis expectativas profesionales, en aquel momento, superaban al incentivo del dinero. Afortunadamente, no me he equivocado. La posibilidad de que regresara de nuevo a casa le hizo mucha ilusión a mi padre y, cómo no, el que no lo hiciera le supuso una cierta contrariedad, aunque  lo entendió, lo apoyo y, finalmente, pudo comprobar que mi decisión había sido acertada. 

No es normal, ni deseable, verse obligado a  exponer, de forma pública, referencias a un pasado familiar que no tenía que salir de su propio ámbito; pero, tú insidia e inquina, que no conoce límites ni fronteras en tú desmedido afán de hacer daño, así como la justa y obligada necesidad de desmontar todo tu entramado de calumnias, no me ha dejado otra opción.

A pesar de todo este desvarío, el hecho de que también quieras juzgar mis calificaciones académicas (ya no me quedan calificativos para tanta inepcia), aunque no recuerdo que estuvieras a mi lado en los pupitres, casi me provoca hilaridad. Estoy seguro de que, en tu mundo al revés, las estás confundiendo con las tuyas que, a pesar de llevarte a uno de los mejores colegios de la provincia, con un gran profesorado, has sido incapaz de terminar un sólo curso en junio, colgándonos las vacaciones a todos a expensas de que recuperaras en septiembre. Y eso, a pesar de tener una profesora a domicilio y la disponibilidad de tu padre para resolverte cualquier duda, sobre todo en las asignaturas de ciencias.

Lo que sí no me queda más remedio es el felicitarte por el hecho de que, en Inglaterra, en un período de apenas 4 años, hayas terminado unos estudios de economía con el grado de doctor, algo que seguramente sólo estará al alcance de algunos genios, más bien pocos. Esto último, lógicamente, no te has atrevido a decírmelo tú personalmente, pero sí el impresentable ignaro que te acompaña, y, además, tengo pruebas irrefutables de que presumes de ello. Hay firmas que te delatan. Lo que no te perdono es que no me hayas invitado al acto de lectura de tu “tesis doctoral. Supongo que habrás obtenido la calificación de sobresaliente “cum laude, faltaría más. A este respecto, creo que te interesará leer lo que a continuación he extraído de una reciente publicación sobre la enseñanza universitaria en Inglaterra:

“En el Reino Unido, el primer nivel de educación superior es el Grado. La mayoría de los estudiantes tardan tres años en obtener este título, y durante este periodo se les conoce como estudiantes de pregrado. Tras graduarse de un programa de Grado u otro tipo de programa de primer nivel, los estudiantes pueden optar por cursar estudios de postgrado. Un Máster, que suele durar un año, es la opción más popular. Los programas de Doctorado duran alrededor de tres años. Las admisiones a programas de postgrado son muy competitivas, y estos programas no están financiados por el gobierno”.

No cabe duda de que si con una ocupación laboral tan alta, de acuerdo con lo que siempre nos venías diciendo, que te obligaba a estar viajando con mucha frecuencia a lo largo y ancho de este mundo, con continuas reuniones y comidas de trabajo que, según manifestabas a tus padres, apenas te dejaba tiempo para llamarnos por teléfono, has sido capaz de terminar unos estudios en 4 años, que otros, con dedicación plena a ellos, necesitan al menos 7 años para concluir, tienes que ser realmente algo superior: de otro mundo, vamos. Supongo que los medios de comunicación del Reino Unido se habrán hecho eco de esta proeza, aunque a los españoles no nos ha llegado la noticia. Una vez más, no te sostienes. En fin: soberbia y estulticia en estado puro, la sublimación del cinismo. Está claro que hasta para mentir hay que tener un mínimo de inteligencia, algo de lo que tú no estás precisamente sobrada.

No quiero dejar de lado lo que dices del pequeño discurso que leí el día en que celebrasteis lo que llamasteis “boda de Oviedo” y de la falta de ayuda de la que nos acusas para ese acto, al que, nada menos, pretendíais que tu madre fuera de madrina, “con mantilla y peineta”. Creo que ya fue bastante el teatro que vosotros hicisteis para que nosotros también formáramos parte de la comedia.  Por cierto que, dado la amistad que tengo con el sacerdote anglicano que oficio el acto, he tenido la deferencia de leerle lo que dices y tuvo que echarse las manos a la cabeza. Ni te cuento como se quedó cuando le comenté la “estafa” que cometisteis en la espicha con la que “obsequiasteis a vuestros invitados”. No creo que aún se haya recuperado de la sorpresa.

Tampoco podría dejar de mencionar el miserable relato que haces sobre nuestra estancia en Inglaterra, en vuestra casa, a la que acudimos después de rogarnos, insistentemente, por activa y por pasiva, que fuéramos a visitaros, “sin preocuparnos de nada. Hasta tu acompañante se ofreció a enviarnos los billetes de avión para que nos desplazáramos de inmediato, dado el enorme interés que manifestaba en conocernos personalmente por las excelencias que tú le contabas de nosotros; cosa que, naturalmente, no aceptamos, claro. ¿Qué podrías llegar a decir si lo hubiéramos hecho? ¿Cómo puedes tener la vileza de decir que hemos ido con las manos vacías? Nuevamente, una vez más, imputas a los demás lo que tú siempre has hecho y haces. ¿Cuándo tus padres han ido a visitarte con las manos vacías? Seguramente tu acompañante no ha hecho todavía la digestión de todo el chocolate que os llevamos, basados en lo mucho que tú decías que le gustaba y lo difícil que era encontrarlo sin azúcar en el Reino Unido, además de lo que les llevamos a las niñas. Lo que hemos hecho durante nuestra estancia ha sido vestir a las nenas, que por cierto estaban en mínimos de ropa (aún conservaban la última que sus abuelos les habían comprado en España); darles dinero para gastos de bolsillo, dado que vuestra aportación para ello era exigua; impartirles clases de matemáticas y física, fundamentalmente a Alicia que tenía dudas en conceptos básicos que la estaban lastrando en sus estudios y salir 4 o 5 veces a comer, en las que, al menos, yo he pagado en la mitad de las ocasiones, no haciéndolo en el resto porque tu acompañante quiso que así fuera. Hablas de hoteles, ¿a qué hoteles te refieres? Yo solo conocí el que nos alojamos cerca del aeropuerto el día de nuestra partida. Tú lo habías reservado y en nuestra habitación te he dado, libra a libra, el coste del mismo. Por cierto que tú hiciste un primer ademán de no querer el dinero, pero rápidamente lo metiste en el bolsillo. Como anécdota te recordaré que ese día, en el viaje hacia el aeropuerto, cuando nos paramos a comer en un burger y yo fui a pagar la cuenta, me dijiste que no, que esa cuenta era tuya, que yo pagaría la cena. Así fue, y yo pagué la cena que, por cierto, tuvo un coste de más de tres veces que el de la comida. Se ve que lo tenías bien calculado. ¡Qué miseria! También mereces que te recuerde el día que llevaste a Irene a comprar un bolso con un presupuesto máximo de 20 libras y, cuando la nena te dijo que el que le gustaba costaba 30 libras, te negaste en redondo a poner ni una libra más. Claro, Irene tenía al lado a su abuelo que, de forma inmediata, le aportó las 10 libras restantes. Lo que dices sobre que yo tenía una calculadora en mano cuando se fue a comprar ropa a las nenas, no tiene nombre. La ropa la estuvisteis eligiendo entre tú, tu madre y las nenas, sin que nadie os pusiese límites en el gasto. Yo solo me ocupé de pagar la cuenta, sin más. Lo de los leggins de 5 libras, que yo me enteré después, fue un detalle que Irene quiso tener con su hermana, no lo que tú dices, una vez más, con tus mezquinos engaños. ¿Cómo sus abuelos, que a lo largo de su vida gastaron con ellas muchos miles de euros, comprándoles siempre lo mejor, sin poner límites a ninguna compra, podrían reparar en 5 miserables libras? Probablemente para tú economía, como hemos podido sobradamente constatar, sean importantes, pero no para la nuestra. Verdaderamente casi me siento ridículo contando todo esto, miseria sobre miseria, pero tampoco me sentiría bien si dejare de hacerlo y que alguien, aunque creo que las posibilidades de ello sean remotas, se pudiese quedar con tu apócrifa historia.

Hay una cosa cierta y es que no se me ha ocurrido pagar  los gastos de estancia en vuestra casa, ni la gasolina del coche. Después de tanta insistencia en que os fuéramos a visitar y que no nos preocupáramos de nada, me pareció que ofreceros dinero por eso sería tanto como haceros un fuerte agravio: una ofensa que jamás me hubiera atrevido a cometer. Ya veo que me equivoque, pero, no hay problema, más adelante te diré como podemos resolverlo. ¿Qué dirías si yo hubiera hecho como vosotros, que os auto invitasteis solos a nuestra casa (4 personas, e incluso, por un día, una quinta), sin que nadie os lo hubiera pedido, a la que sí habéis venido con los brazos colgando, marchando con dinero en los bolsillos que, tanto a ti, como a las niñas os dieron tus padres? O, lo que es mucho más grave, ¿hasta dónde habrías llegado con tus insultos y descalificaciones si, como vosotros, os hubiésemos avergonzado con una estafa como la que tan miserablemente cometisteis durante vuestra última estancia en Asturias? Ni siquiera me lo quiero imaginar, ¡sería terrible!

Que durante vuestra estancia en Asturias hayáis estado visitando a familiares, comiendo opíparamente a coste cero, sin aportar ni el azúcar para el café, y, a falta de otra cosa que ofrecer, salvando las apariencias invitando a todo el mundo a ir a visitaros a Inglaterra, me provoca una gran preocupación. Si nos recriminas a nosotros de no pagaros los gastos que generamos en tu casa (bastante humildes por cierto), en tres semanas, a pesar de haber sido insistentemente invitados a ello, amén de otras barbaridades, después de que hayas estado años y años, durante tu segundo matrimonio, recibiendo ayudas continuas de tus padres por valor total de decenas de miles de euros, amén de nuestro apoyo, dedicación y esfuerzo personal, todo para que te sintieses protegida y no pasaseis ninguna necesidad, ¿qué podrías llegar a decir de cualquier otro invitado que eventualmente pudiera alojarse en vuestra casa y tuviera la osadía de marcharse sin pagarte la pensión? Seguro que toda su vida sería poca para arrepentirse de haber aceptado tu “generosa” invitación.

A pesar de las muchas veces que nos has manifestado, de palabra y por escrito, lo agradecida que estabas por nuestra ayuda y lo imposible que hubiera sido vuestro bienestar sin ella (en aquellos tiempos en que decías que éramos los mejores padres del mundo, claro), como no dudo que  ahora no tendrías ningún reparo en negarlo todo, faltaría más, te podrás refrescar la memoria entrando en el enlace siguiente:


A todo esto quiero dejar una pregunta en el aire. ¿Cómo es que habiendo sido, como ahora dices, tan aciaga nuestra visita a vuestra casa, nos hayáis despedido en el aeropuerto tan efusivamente, con tantos besos y abrazos, diciéndonos que nuestra visita había sido muy breve y que deseabais tenernos de nuevo con vosotros a la mayor brevedad y por más tiempo?  Y, ¿cómo es posible que en los días siguientes a nuestro regreso nos hayáis mandado un mail con tantas muestras de cariño y agradecimiento, contando maravillas sobre la grata impresión que le causamos a tu acompañante? Todo ello, amén de los mensajes que nos has remitido contándonos lo mucho que nos echabais de  menos y las ganas que teníais de volver a vernos. ¿Cómo puedes pretender que, con todas tus tremendas contradicciones, alguien te pueda tomar en consideración y creerse toda la trama de falsedades y engaños que tan vilmente has urdido?  ¡Pobre de quien en ti confíe! Jamás se  podrá imaginar dónde se ha metido.

El enlace siguiente conduce a las pruebas de lo que anteriormente se menciona. (No se traduce la versión original, en inglés, para no alterar, en nada, su contenido)


Al hilo de lo que te decía anteriormente, que aún estamos a tiempo de resolver el pago de nuestra pensión en vuestra casa te voy a proponer un trato justo:  Sabes  que aún me debes 14.160 euros del préstamo de 15.000 € que te hice en julio del año 2003  (no creo que tengas el cuajo de negarlo, ya que tengo los documentos acreditativos pertinentes) para que pudierais comprar, y pagar al contado, vuestro primer coche nuevo, evitando que tuvieseis que satisfacer abusivos intereses a ninguna financiera, y para el que se te dio toda la flexibilidad del mundo para devolverlo. Incluso, a sugerencia de tú madre (qué casualidad, siempre tú madre al rescate), cuando solo habías devuelto 840  euros y viendo que se os estaba haciendo algo gravoso hacer las aportaciones de 210 € mensuales (cantidad que tú misma habías propuesto), se te permitió suspender estas entregas, sine die, hasta que tuvierais ingresos suficientes que te permitieran hacerlo sin que ello supusiese una importante carga económica  para vosotros. Casualmente, hasta el día de hoy, parece que todavía no lo has conseguido, dado que no has vuelto a realizar ninguna nueva aportación para amortizar el citado préstamo. Mi propuesta, creo que muy generosa, es la siguiente:

Valora el gasto que os hemos ocasionado en vuestra casa. Acepto  el equivalente hasta con un hotel de 4 estrellas, aunque, real y objetivamente, la precariedad con la que hemos estado alojados, con una infraestructura sanitaria muy deficiente, y una habitación en la que teníamos que utilizar nuestras propias maletas de viaje a modo de mesita de noche, no debería superar al de la más modesta de las pensiones. También puedes añadir, generosamente, lo que tú llamas “requerimientos alimenticios”: un kiwi para mí y una banana para tu madre que tomábamos al desayuno. Aunque, al igual que para el resto de la cesta de la compra, siempre buscabais el precio más barato, nunca la calidad del producto, entiendo que la fruta, en vuestra casa, era un lujo que sólo a nosotros nos concedíais, lo cual, a pesar de que fuera escasa y mala, es de agradecer. ¿No encuentras “alguna diferencia”  con lo que siempre estuviste acostumbrada a ver y tener en casa de tus padres? Dicho lo anterior, una vez tengas realizada la cuenta, deduce el importe de la misma de los 14.160 euros que me adeudas y, a continuación, me dices el  medio por el que procederás a remitirme el resto, que, a buen seguro, será importante. Si, por el contrario, como sospecho (con fundados argumentos), tú actual economía aún no te permite reintegrarme ese dinero, estoy dispuesto, a pesar de todo, y al igual que lo hicimos hace años, a concederte una nueva demora para ello; todo esto, por supuesto, contando con que, en este asunto, no quieras cometer una nueva estafa, o, por decirlo más suave, culminar lo que tú llamas apropiación indebida, cuestión que, a la vista de los hechos, a nadie sorprendería. Eso sí, a pesar de los miles y miles de euros que, a fondo perdido, se fueron de mi casa a la tuya, ese préstamo, que es lo único que no te he regalado, por mi parte, no te será nunca condonado. Por descontado que no caeré en la tentación de echarte en cara, como tú tan mezquinamente lo haces, ni los gastos de vuestra estancia en mi casa, ni las docenas y docenas de veces que tú y tu familia habéis sido invitados a comidas y cenas sin que se os permitiese pagar ni un solo céntimo, ni tampoco nada de lo mucho que a lo largo del tiempo hemos hecho por todos vosotros. Eso sólo lo hacen los miserables, y, nosotros, ni lo somos ni lo hemos sido nunca.

Si todas las injurias y calumnias que lanzas sobre mí, con tan desmedida e incomprensible saña, no pueden generar más que un rotundo y completo rechazo, aún es más grave lo que haces con tú madre, alguien que fue clave en tu vida para que ahora pudieras contarlo. Si hicieras un elemental ejercicio de apocatástasis y te situases en tus principios, repasando desde ellos, hasta tus días, todo lo que ella ha hecho por tí, y lo hicieses solo con un mínimo de honradez contigo misma, te tendría que caer la cara de vergüenza y, por supuesto, no te atreverías a mirar a los ojos a tus hijas. No sólo te ha cuidado y atendido con el cariño que una auténtica madre sabe poner en estas cosas, cuando por razones de tu edad y situación era su deber, sino también cuando, sin merecimientos para ello, después de tu primera “espantada”, perdonándote todos tus agravios con una generosidad digna de encomio, lo ha seguido haciendo. Lo hizo primero contigo y después con tus hijas y tu marido, sacrificando los intereses de su propio  hogar para estar con vosotros en todos los momentos que la habéis necesitado, que, por cierto, fueron muchos. Que ahora le pagues de forma tan canallesca como lo haces, no tiene calificativos. Es un acto execrable, de lo más ruin, mezquino y miserable que puede concebir una mente humana.

Hemos compartido, durante muchos años, nuestro tiempo y nuestros recursos contigo y con tu familia, anteponiendo siempre vuestros intereses a los nuestros, sin escatimar esfuerzos ni sacrificios. Lo hemos hecho siempre poniendo todo nuestro cariño en ello, sin pedir ni esperar nada a cambio: eso que tantas veces nos has dicho y reconocido, y de lo que tan orgullosa y agradecida decías que estabas de tus padres. Gracias a ello has superado todas las difíciles situaciones por las que has ido atravesando, desde las enfermedades, algunas tan graves como cuando la menor de tus hijas, con síndrome de piel escaldada,  estuvo a punto de perder la vida, o la de tú marido, cuando afectado por un problema neurológico y prácticamente desahuciado, condenado a una silla de ruedas, pudo recuperarse gracias al tesón y los medios de tus padres que, en ningún momento, arrojaron la toalla, hasta recibir todas las ayudas necesarias para el sostenimiento de tu hogar, en las que tu madre dio un gran ejemplo de sacrificio y generosidad. Siempre, en todos los momentos difíciles, cuando tus suegros os habían abandonado a vuestra suerte, sin ocuparse ni siquiera  de los graves problemas de su hijo, y solo te quedaba el recurso de tus padres, ahí estábamos nosotros, a tu lado, y no sólo para hacerte compañía, sino para hacer nuestros tus propios problemas y ayudarte a luchar contra las adversidades. Tampoco cuando tu marido (el segundo), después de una delicada intervención de columna, en la que también nuestra gestión para abordar este problema fue determinante, tuvo que abandonar su puesto de trabajo, pasando a cobrar una pensión por incapacidad laboral que mermó, de forma considerable, vuestros ingresos, os habéis sentido abandonados. Ahí volvían a estar tus padres, sólo tus padres, para llenarte todas las semanas el frigorífico y, además, darte, mes a mes, el dinero complementario necesario para que no pasaseis privaciones. Tiempo después, que casualidad, también fue tu padre quien hizo las gestiones oportunas para que tu marido accediera a su primer trabajo compatible, con lo que pudo recuperar, de algún modo, una vida normal. Eso, y mucho más, fue lo que tus padres han hecho por ti y tu familia a lo largo de muchos años, algo que, a buen seguro, jamás tu serías capaz de hacer. Lo tuyo es otra cosa, como sobradamente queda demostrado.

Aunque la tremenda lección que recibiste con la locura que habías cometido  a los 18 años debería haber moderado tu carácter, lo cierto es que siempre has pecado de una considerable dosis de soberbia, hasta el extremo de que, en algunas ocasiones, has estado a punto de agotar la tolerancia de tu padre. En este punto siempre tu madre ha sido tu mejor abogado defensor, quien, en todo momento, ha tratado de disculparte con el noble intento de  evitar  que se enfriaran nuestras relaciones.  La carta que puedes ver en el siguiente enlace directo, escrita el 18/02/2001 y que, por circunstancias del azar, no te ha sido entregada en aquella fecha, es un ejemplo de lo que anteriormente manifiesto. Ahora, cuando contemplo la miseria a la que has llegado, no puedo más que arrepentirme de  no haberlo hecho, aunque, en aquellos momentos, el corazón, que no la razón, me lo haya impedido.


No puedo olvidar las muchas veladas de Nochebuena, que siempre quisisteis pasar con nosotros, cuando, después de la cena, a las 12 de la noche, se oía en nuestra casa la campana que anunciaba la llegada de Papá Noel y las niñas corrían a su habitación (la que siempre teníamos dispuesta para ellas) para ver los abundantes regalos que se encontraban esparcidos por la misma, en la que siempre había algún detalle para los mayores. O las veladas de Nochevieja, que, a pesar de que siempre os decíamos que aprovecharais para salir a divertiros, no os despegábamos de nosotros, cenando todos juntos en nuestra casa,  celebrando la entrada del Año Nuevo con gran alborozo y brindando con los mejores deseos de felicidad para todos. ¿No eran esos los mismos padres que ahora, sin tasa ni medida, tan mezquinamente vilipendias? ¿Cómo es posible que siendo tan villanos, como ahora quieres pintarnos, nos dedicaras tantas muestras de cariño y manifestaras, en muchas ocasiones, el gran temor que tenías de perdernos? Dado que, desde el plano de la razón, es inconcebible imaginar una deriva tan brusca y radical, amén de lo extremadamente agresiva, en tú comportamiento, cabe pensar que tú mente pueda estar situada en otro plano distinto, muy alejado de ella. Sin duda un caso a estudiar y difícil de situar, a horcajadas entre la psiquiatría y la psicología.

Aunque, obviamente, no es posible recoger en este escrito todas las manifestaciones de cariño que, a lo largo de los últimos años, personalmente nos habéis dedicado, tanto tú como tus hijas, creo que los correos electrónicos cruzados entre nosotros, desde tú partida al Reino Unido, en el verano del año 2010, hasta diciembre del año 2014 (este último recogido en el primer enlace directo que se incluye en este escrito), en el que nos descubres lo que nos habías ocultado durante 4 años, dan una buena muestra de lo que declarabas sentir por tus padres y el comportamiento que nosotros hemos tenido contigo.


También creo que puede ser muy ilustrativo ver algunos correos que, después de descubrirnos el engaño y hablar telefónicamente con el que para nosotros era tu nuevo marido (el tercero) se cruzaron entre nosotros. Seguro que será interesante que los recuerdes, dado que, además de ver qué tipo de relación teníais con tus padres hasta vuestro “glorioso” paso por Oviedo” para la presentación de tu nuevo cónyuge, también desmonta algunas de tus miserables mentiras.


A estas alturas no podía dejar de recordarte la cronología de los hechos que protagonizasteis para culminar  la más miserable estafa que, por sus especiales circunstancias, se puede cometer, pagando la cuenta de la espicha que ordenasteis encargar en el Llagar de Juanín con un cheque falso, haciendo sentir vergüenza ajena a todos los asistentes que os habían honrado con su presencia y obsequiado con regalos (incluido el de tus padres en metálico), en agradecimiento a vuestra “gentil invitación”. No puedo olvidar tu altiva actitud hacia mí cuando, al día siguiente, en mi propia casa, te hice la observación de que había visto preocupado al propietario del local por haber aceptado un cheque como forma de pago, cuando la norma del establecimiento era precisamente la contraria, y que lo había aceptado únicamente por la confianza que le había ofrecido mi presencia. Recuerdo tú contundente afirmación, asegurando que, con toda certeza, no  habría ningún problema con el cobro del citado cheque y que, además, no se preocupara de las comisiones que se pudieran generar al hacerlo efectivo, ya que, el banco inglés, al que pertenecía el talón, las comisiones las cobraba a su cliente, y no a quien lo hiciera efectivo. También recuerdo que me dijiste que podía poner esto en conocimiento del lagarero para que se le despejara cualquier duda, cosa que, naturalmente hice. Nadie, en aquel momento, podía sospechar del vil engaño del que estábamos siendo víctimas. ¿Cómo se podría  imaginar que mi propia hija cometiera un acto tan miserable como ese? Me gustaría saber cómo has vendido esto a tus hijas y que sarta de mentiras les habrás contado para que no se sintieran también avergonzadas de vuestra impresentable actitud. Seguro que también me habrás presentado como culpable. Después de todo lo anterior, ¿qué prejuicios ibas a tener en hacerlo?


Esta estafa, de la que, en principio, nadie te había acusado a ti personalmente, sino exclusivamente  a tu acompañante, como autor material del hecho, es la que, presuntamente espoleada por el susodicho individuo, ese a quien llamas Mr. Taylor (no sabía que en el Reino Unido a los sinvergüenzas y estafadores se les trata de señores),  te ha llevado a la locura de cometer tamaño desatino. La intención es tan clara como perversa: levantar un enorme ruido para que se apaguen los ecos de vuestras propias miserias; como sea y a costa de lo que sea. ¿Como de otra manera se podría entender que, después de toda una vida de queridísimos y admirados padres, nos pasases, de la noche a la mañana, a villanos y despreciables? Un acto propio de personas que carecen del más mínimo atisbo de decencia.


Por cierto, en cuanto a lo que me advertías sobre la demanda que me habías puesto por atentar contra no sé cuantas cosas, entre ellas el honor, supongo que el de tu nuevo e impresentable marido (que sarcasmo), es una lástima que no me hubiera llegado ninguna citación para responder a tamaña impostura. Seguro que alguien con más sentido común que el tuyo te habrá advertido del fracaso que cosecharías con ello y el riesgo en que incurrirías si cometieses tan notable torpeza. Es algo que realmente lamento, ya que,  sólo por presenciar el ridículo en que incurrirías ante un juez, hasta sería divertido; diversión que correría, claro está, a tú costa y cargo. Tu problema sería que, en este caso, lo que no podrías es intentar pagar los costes de todo el proceso con otro cheque falso; correrías el riesgo de acabar pasando una temporada en un calabozo, cuestión que, si no enmiendas a tiempo la equivocada trayectoria que llevas, tampoco habrá que descartar que suceda. Sin duda que todo esto no es más que una prueba evidente de la razón que tenía  Einstein cuando opinaba sobre la estupidez humana.

Has destrozado la familia en cuyo seno tuviste y criaste a tu dos hijas, humillando a quien, a pesar de haber perdido la patria potestad (probablemente seducido por tus engaños), sigue siendo su verdadero padre. Ahora también has destruido la convivencia con tus padres, acabando con toda la ilusión que habíamos puesto en ti, a pesar de todos los esfuerzos que pusimos para conservarla. Y lo  más grave, si cabe, de este alucinante caso, es que todo eso lo has hecho para intentar proteger y ocultar a ese oscuro personaje de catadura moral más que dudosa, fulero y timador, con el cual convives: aseveración que fácilmente se desprende de los datos que anteriormente se han aportado. Los principios que deberían regir tu vida, aquellos a los que tantas veces te has referido con orgullo, están cada vez más alejados de los que tus padres te inculcaron y, desgraciadamente para ti, la nave en la que viajas lleva rumbo de colisión. Podrás hacer y decir cuánto quieras en tu alocada carrera hacia el fondo del abismo; pero, lo que jamás podrás conseguir, por mucho que te lo propongas, es rebajar el listón de tus padres a la altura de tus miserias.

Como no podías dejar nada sin embarrar, también tenías que despreciar los contenidos de mi blog y hasta mis escritos en lengua inglesa, de la que nunca he presumido ya que sólo me considero un simple diletante. En cualquier caso, es curioso ver lo contrario que opinabas tú, y lo que me decías que opinaban tus compañeros, cuando manifestabas, con cierto orgullo, que tú padre era “el mejor”. ¿Lo recuerdas? No pierdes ocasión para intentar hacer daño, aunque, a la postre, lo único que  consigas sea ponerte a ti misma en evidencia. El siguiente enlace te recordará lo que digo, poniendo solo algunos ejemplos entre los muchos que se podrían aportar.


En conclusión, no sé si Dios, con su infinita indulgencia, podrá llegar a perdonarte. Yo, como ser humano, jamás podré llegar a hacerlo. El daño que has querido hacer a tus padres y que, a la postre, te lo has hecho a ti misma, con el añadido del que has causado a tus propias hijas, víctimas inocentes de tus alucinaciones, no creo que tenga parangón en la historia de las relaciones personales. Seguro que has marcado un hito que ni el más despreciable de los seres humanos podrá nunca superar. Tristemente, eso será lo único de lo que podrás sentirte satisfecha. Hay un dicho popular que reza que en el pecado se lleva la penitencia. Si esta sentencia se cumple, estoy plenamente seguro de que la tuya sera larga y dolorosa. Probablemente, en tu desenfrenada furia, aún sientas la tentación de inventar nuevas calumnias; pero, en ese caso, a partir de esta carta abierta, junto con todos los clarificadores e incuestionables documentos a los que ella remite, espero que habrán quedado claras todas tus fuertes contradicciones e imposturas, así como tu lamentable bajeza moral y déficit de calidad humana, haciéndote más conocida para todos y, por ende, contribuyendo a minimizar la posibilidad de que puedas seguir tratando de confundir y/o engañar a nadie.

No quiero terminar esta carta sin hacer mención al extenso whatsApp que nos has enviado con fecha 18/06/2015, en el que, insistiendo sobre tus furibundos ataques a tus padres, con la misma perversidad de la que ya habías hecho gala anteriormente, terminas afirmando que hemos dejado de existir debido a nuestros indignos actos. Esto ya, sin duda, sólo puede atribuirse a la imaginación de una mente auténticamente diabólica o, en su defecto, manifiestamente perturbada. Amén de que jamás nadie podrá acusar a tus padres de haber cometido ningún acto indigno (eso ni está ni estuvo nunca en nuestro código de conducta), demuestra hasta dónde llega tu malicia y cinismo. Como actos indignos posiblemente te referirás al haberte protegido, a ti y a toda tú familia, durante muchos años, dedicando todos nuestros esfuerzos, atención personal y recursos, para que pudieras superar todas las dificultades por las que habéis ido atravesando, que no han sido pocas, y garantizar vuestro bienestar, evitando que pasaseis por ningún tipo de necesidad o privación. Creo que todo esto, a través de los documentos a los que remite esta carta, queda sobradamente demostrado. Por el contrario, parece ser que lo que sí consideras digno es la injuria, la calumnia, la difamación o la estafa, entre otras virtudes de las que tú estás adornada (eso sólo por quedarme en términos prudentes), y que, además, haces gala de tener como referencia. En cuanto a que hemos dejado de existir, no tendrás que preocuparte, nosotros no tenemos ningún problema, disponemos de recursos suficientes para vivir con total dignidad; siempre has sido tú la que nos ha necesitado, no nosotros a ti.  A este respecto, te voy a dar una lógica, ajustada y merecida satisfacción: ya está todo legalmente dispuesto para que ni tú, ni tu estirpe, en ningún momento, ni vivos ni muertos, podáis disponer, jamás, de nada de lo que haya pertenecido a tus padres, salvo lo que anteriormente, de forma lícita o ilícita, ya te hayas llevado a tu casa.


Por todo lo anterior, serías digna del más absoluto y rotundo de los desprecios; pero, como a pesar de todo, seguimos siendo tus padres, lo único que nos trasmites, junto con una enorme decepción y tristeza, es una profunda lástima, y no sólo por ti y por tu más que incierto futuro, sino, fundamentalmente, por tus niñas, nuestras nietas, que, a la postre, son las víctimas más inocentes de esta ciertamente desenfrenada y alocada historia que has protagonizado. Quedo plenamente convencido de que, a pesar de todas tus mezquinas, miserables y tóxicas manipulaciones, algún día verán la luz y comprenderán la auténtica verdad, diametralmente opuesta a la que tan torticeramente tú les has vendido ahora (no entendería que pudieran olvidar tan fácilmente todos los cuidados, atenciones y cariño que, a lo largo de muchos años, han recibido de sus abuelos, a lo cual, de manera tan miserable, has querido poner fin), y por tal motivo, basándonos en esa confianza, serán las únicas que, de llegar a tiempo, siempre tendrán abierta la puerta de nuestra casa. En cuanto a ti, ya caida en la ignominia, solo me resta decirte que esta es la segunda ocasión en la que has puesto en alto riesgo el arruinar tu vida, aunque creo firmemente que esta vez, con el concurso de ese zarrapastroso, miserable e instigador personaje al que te has unido (swindler and scoundrel), lo vas a conseguir. La vileza de tu comportamiento, que te ha apartado definitiva e irreversiblemente de tus padres, junto con tu exacerbada y contumaz soberbia, ya te ha puesto en ese camino, el peor que podrías haber elegido. Has "cruzado el Rubicón" y eso no tiene vuelta posible. Has perdido todos los valores que te hemos enseñado y dilapidado el caudal de criterios y conceptos que, para andar rectos por la vida, te habíamos inculcado, y eso, precisamente, es lo que te ha llevado a ese punto. Recuerda que el que a hierro mata a hierro muere y, en cumplimiento de este aforismo bíblico, estoy seguro de que todo el daño que has hecho tendrá su justo castigo. No me duele la conciencia en aplicarte la legendaria sentencia que Ramsés pronunció en “Los diez mandamientos”: ¡Que  así se escriba y así se cumpla! A estas alturas, si algo tengo muy claro es que no eres merecedora del perdón ni, de llegar su momento, de la compasión.

Tu padre.
Oviedo, diciembre / 2015